Año de la Misericordia: perdonanza

Juan María Laboa, sacerdote e historiadorJUAN MARÍA LABOA | Profesor emérito de la Universidad Pontificia Comillas

El 8 de diciembre de 1965, Pablo VI clausura el Concilio Vaticano II, uno de los pocos concilios renovadores, universales, que cautivaron el interés y la pasión de los cristianos. El Papa, en un discurso conclusivo deslumbrante, puso al buen samaritano como paradigma espiritual de la apertura de la Iglesia al mundo y como gozne de su acción e inspiración creyente.

Cincuenta años más tarde, Francisco abrirá el 29º Jubileo de la historia, dedicado a la misericordia, es decir, acorde con la tradición, ya que todo jubileo –que antiguamente se llamaba de perdonanza– tienen relación entrañable con la necesidad de todo humano de ser perdonado de tanta miseria. Pero es también revolucionario, porque, obviamente, esta misericordia tiene que ver con la insistencia de este Papa de retornar al Dios de Jesús, Dios de permanente y gozosa misericordia, y a la Iglesia, espacio de acogida, amor y generosidad.

Nadie tiene más necesidad que la Iglesia de acogerse a la misericordia de Dios, y nadie tiene tantas posibilidades como la Iglesia de ser misericordiosa con sus miembros y con el mundo en general. El Sínodo que se está celebrando está siendo una campana repicante de la urgencia universal de misericordia, y la acogida popular universal de Francisco no tiene nada que ver con la ideología, sino con el fluir permanente de la savia que ha recorrido internamente la vida de la Iglesia, uniendo a Jesús con pobres y débiles, con Francisco de Asís y tantos cristianos que han hecho de la misericordia su expresión vital de amor cristiano.

El Concilio entrelaza ambos significados del Año Santo y será referente de tres papas bien diversos, pero íntimamente relacionados entre sí y convergentes. De hecho, este Año Santo de la Misericordia constituirá un reclamo de la novedad del Concilio y de la necesidad de su puesta en práctica. Hace unos días, en un escrito a la Facultad de Teología de Buenos Aires, el Papa aludió al Concilio “como un irreversible movimiento de renovación que viene del Evangelio”. Esperemos que eso mismo sea el Año Santo.

En el nº 2.934 de Vida Nueva

Compartir