Invitación a leer la verdad de las mentiras

(Juan Rubio)

Una apuesta por la lectura. La Navidad se presta a ello. Un libro entre las manos desatasca y cauteriza. Dice el viejo proverbio hindú que “un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”. Bienvenido sea un libro en medio de tanta vorágine de zascandiles que buscan adulación y propaganda. Son los mandarines del pensamiento único y excluyente. Leer abre horizontes.

Vargas Llosa lo decía hace unos días en Estocolmo: “La buena literatura tiende puentes entre gentes distintas y, haciéndonos gozar, sufrir o sorprendernos, nos une por debajo de las lenguas, creencias, usos, costumbres y prejuicios que nos separan”. Es bueno zambullirse, mientras pasa la tormenta, en la verdad de las mentiras. Aquí va un manojo de libros. No son los mejores libros los que recomiendo quizás, pero son los que me han gustado recientemente. Es mi detalle navideño.

Empiezo por la novela. Quien quiera adentrase en los vericuetos del siglo XIX, el siglo de la sementera de ideas que afloraron en el XX con su luces y sombras, ahí tiene El Cementerio de Praga, de Umberto Eco, un recorrido pavoroso por las ideas que cuajaron el antisemitismo. Como también no deja de ser espeluznante la historia del colonialismo europeo en el Congo y en América Latina que muestra la obra de Vargas Llosa El sueño del celta, la epopeya de Roger Cassement, arruinado por la envidia, pero luchador por el sueño de la libertad. Y en medio del estercolero de los poderosos, las brillantes perlas de sacerdotes y religiosos que se encontró en su odisea a la zaga de la verdad.

Siguiendo con la novela, la vuelta a la infancia y a los recovecos de lo que echamos en falta. La figura de la madre en la meseta de la vida de la protagonista de Mamá, de la norteamericana Joyce Carol Oates. Son páginas de una belleza convulsa, sin que les falte tragedia, la misma que expuso en La hija del sepulturero. Siempre lo he dicho. Algunas de las mejores páginas que he leído, han sido escritas por mujeres: Mastretta, Susana Fortes, Chacón, Pardo Bazán, Aldecoa, Storni, entre otras.

Una radiografía del drama de la inmigración judía en los Estados Unidos es la que muestra El libro de Daniel, de Doctorow, uno de los que mejor han entendido la novela histórica. No dejen de recrearse en la odisea de dos jóvenes irlandeses en los años de la independencia de la isla que muestra en Nadan dos chicos Jamie O’Neill, o las imprescindibles A este lado de la luz, del irlandés McCann, Te me moriste, del portugués José Luis Peixoto, o de Chinua Achebé, Me alegraría de otra muerte. No es un canon lo que ofrezco, sino una sugerencia personal desde lo reciente.  Ahora, mientras escribo esta crónica, ando deslumbrado con Paredes que hablan, de la mejicana Carmen Boullosa.

En el capítulo de biografía destacan tres: Raymond Carr. La curiosidad del zorro, escrita por María Jesús González sobre el padre de los estudios hispanistas. También la breve  y enjundiosa Bolívar, escrita por William Ospina, y la que ha elaborado Helen Langdon sobre Caravaggio. Y en ensayo, dos particularmente: Las armas y las letras, de Andrés Trapiello y Los años de vértigo, de Philipp Blom. Leer es una aventura de libertad.

director.vidanueva@ppc-editorial.com

En el nº 2.734 de Vida Nueva.

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