“Vivo la esquizofrenia como una caricia de Dios”

En el Día de la Salud Mental, Miguel Ángel Fernández comparte con ‘Vida Nueva’ su ser y hacer creyente desde la enfermedad

Miguel Ángel Fernández Murias

Miguel Ángel Fernández Murias tiene 63 años y se presenta así, sin rodeos: “Soy una persona normal con un problema: padezco de esquizofrenia, una enfermedad más como la diabetes y la hipertensión”. Hoy, Día Mundial de la Salud Mental, este orensano comparte con ‘Vida Nueva’ su ser y hacer creyente, su mirada de fe sobre la realidad que vive y que a veces se pone cuesta arriba. “Dios Padre prueba a los que más quiere”, sentencia. No lo dice desde la retórica. Un amigo le llegó a decir que “si cualquiera hubiera sufrido el diez por ciento de lo que tú has pasado, no lo estaría contando hoy”. Miguel Ángel lo cuenta, con una alegría que supera cualquier obstáculo.



PREGUNTA.- Eres un hombre creyente. ¿Cómo te ayuda tu fe a vivir tú día a día con la esquizofrenia?

RESPUESTA.- Vivo la esquizofrenia como un mimo, como una caricia de Dios. Es un beso que me regala, porque me hace más semejante a su Hijo en la Cruz. Aunque a veces la carga se hace pesada, porque todos pasamos por momentos flojos, acabo bendiciendo a Dios, porque me trata como a su Hijo. Él se acuerda de mí.

P.- ¿Dónde está el límite de la fe y dónde empieza la ayuda médica? Habrá quien confunda la confianza en Dios con el hecho de que pensar que va a obrar un “milagro” para cambiar tu situación…

R.- Fe y medicina se complementan, conviven pacíficamente. Es más, se pueden unir. Al menos yo lo vivo así. La medicina ayuda a tomar conciencia y a encauzar toda enfermedad para llevar una vida aceptablemente normal, mientras que la fe para mí es todo, es mi sustento. La fe y la oración me han salvado. Y sobre la esperanza en un milagro, para mí el milagro es vivir mi día a día con mi enfermedad, que me invita a ser más tolerante con los demás. El milagro es la invitación que hace cada día Dios para salir de mí y estar con el que sufren, con el pobre. Jesús fue el gran doliente, el gran rechazado, el gran ignorado.

Estereotipos varios

P.- ¿Crees que todavía hay muchos estereotipos que frenan la integración real de quien sufre una enfermedad mental? ¿También en la Iglesia?

R.- Por supuesto que todavía quedan muchos estereotipos. La propia palabra lleva una carga negativa, por eso me gustaría que se llamara “síndrome de desadaptación al medio”, como ya lo hacen en Japón. A veces se dicen cosas a la ligera que nos afectan. Por ejemplo, hace poco escuché a un eclesiástico que comentaba que “no podíamos vivir en una esquizofrenia, llevando una doble vida”. Sé que no se dijo con mala intención, pero duele cuando lo dicen sin más. También estigmatiza cuando se da algún episodio de un ataque a un templo y se acaba diciendo que es obra de “un perturbado mental”.  Lo que no cuentan es que los enfermos de esquizofrenia somos el espectro de la población que menos delitos cometemos.

Eso sí, poco se habla del hecho de que dos tercios de las personas que padecemos esquizofrenia hemos sufrido abusos. Lo digo en primera persona. Les he perdonado a quienes me agredieron y rezo por hechos. De la misma manera, se desconoce que en torno a un 30% y un 40% de los que padecemos en la esquizofrenia, viven en la calle y son mendigos, porque no son conscientes de su dolencia ni cuentan con el apoyo necesario para diagnosticarlo y salir de ahí.

P.- Personalmente, ¿te has sentido apoyado o rechazado por la Iglesia? Supongo que habrás vivido experiencias de todo tipo.

R.- Salvo algún ignorante, que sería la excepción, me siento muy respaldado. Es más, he de decir que me siento integrado en mi parroquia, con la que colaboro. En los más de 18 años que estoy como voluntario, nadie se ha metido con mi dolencia, no me hacen sentir que sea un problema para ellos. Es más, son muy respetuosos y comprensivos, por ejemplo, cuando no puedo participar en alguna actividad porque a mí los cambios de tiempos me afectan mucho. Siempre me muestro con naturalidad y cuento qué es la esquizofrenia y cómo lo vivo. Y es ahí donde desaparece ese miedo a lo desconocido y, por tanto, cualquier sombra de rechazo.

Sin distinciones

P.- ¿Qué debemos aprender de ese Jesús de Nazaret que no se rodeaba de sanos, sino de enfermos?

R.- Todo, su estilo de vida es una llamada a tratar al otro como una persona, no como una cosa. “Amar los unos a los otros como yo os he amado”. Ese es Jesús de Nazaret, el que no distinguía enfermos de sanos para que formaran parte de sus discípulos. “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” nos lo dice a todos, tengamos esquizofrenia o cualquier tipo de enfermedad mental. Pero si hay algo que me impacta, es la misericordia del Padre, de un Dios que perdona, lo que implica que yo no puedo ni debo juzgarme ni condenarme por lo que soy o por lo que hago.

P.- En estos días se celebra el Día de la Salud Mental. ¿Crees que la Iglesia escucha lo suficiente a quienes sufren una enfermedad o simplemente les sitúa como ‘beneficiarios’ de su ayuda o espectadores?

R.- No somos ni espectadores ni beneficiarios. Al menos yo no lo siento así. Creo que se han dado muchos pasos para compartir la misión que Jesús nos ha dado. Todos somos cireneos que estamos llamados a llevar la cruz de otros, independientemente de la realidad que tengamos. La Iglesia, como esposa de Cristo y asamblea de creyentes me ha ayudado y me ayuda.

P.- En estos días se celebra en Roma el Sínodo de la Sinodalidad. Si se te diera la oportunidad de sentarte allí, tomar un micrófono y expresar ante el Papa tus demandas como enfermo mental, ¿qué pedirías a la Iglesia?

R.- Lo mismo que nos pide el Papa: que estemos con los pobres, con los que sufren. En este momento de la Iglesia, Francisco nos llama a que no entremos en luchas entre hermanos ni enfrentamientos, sino profundizar en un diálogo y en la oración para llegar a acuerdos. Eso no es ni más ni menos que la vida cotidiana.

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