Tribuna

Una llamada para todos, todos, todos

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Dios ha llamado a cada uno de nosotros, a cada uno por su nombre, a cada uno conoce hasta donde, muchas veces, nosotros mismos no conocemos. Por eso, “todos cabemos”, todos podemos entrar a la Iglesia sin pedir permiso. ¿Quién pide permiso para entrar en la casa de papá y mamá? ¿Quién tiene que pedir permiso si entra al palacio acompañado por el rey?



Amar a los demás

Cada uno de nosotros conoce sobre cargas que agobian, sobre pecados propios que nos hacen sentir avergonzados, sobre resentimientos y dolores viejos, sobre miedos. Cada uno de nosotros sabe también sobre qué nos ilusiona, qué nos hace buscar la esperanza, qué nos hace vibrar con una incontenible sensación de amor. Todo lo que sabemos, lo sabe Dios; pero sabe, de cada uno de nosotros, mucho más de lo que conocemos. Si sabiéndolo todo “me ha mirado a los ojos” y “sonriendo ha dicho mi nombre”, nadie me puede negar la entrada a la Iglesia.

Es normal que todos sientan que necesitan amor. Pues quien necesite amor, ya sabe lo que tiene que hacer: amar a los demás. Es normal que todos quieran vivir. Pues, entonces, ha de ayudar a que otros vivan. Si la “hipocresía social” nos agobia, pues seamos sinceros con los demás. Si la “pobreza me desvela”, es la hora de compartir el pan. Si nos sentimos víctimas del discrimen, llegó la hora de luchar por la justicia para todos. Si me carcome el ansia de tener lo que otros tienen, debo regalar de lo que tengo para que otros superen su miseria. Si me desvío juzgando a los demás, me toca perdonar a todos los que me hayan ofendido, a todos los que tengan deudas conmigo. En fin, los caminos son muchos y cada quien tiene el suyo. Pero todos los caminos en la Iglesia conducen a un mismo lugar y, dentro de la Iglesia, Cristo me guiará por el sendero que debo caminar.

Experiencia de vida

Tenemos una sociedad donde nos hemos acostumbrado a excluir a los otros, es la sociedad de la exclusión y la exclusividad. Organizamos grupos para perseguir a otros. Los ricos se reúnen para despreciar a los pobres. Los que saben mucho, contra los ignorantes. Buscamos seguir a los victoriosos para hacer escarnio de los derrotados.

Por eso callamos, escondemos, mentimos. No queremos que nos dejen afuera. Así, vamos ayudando a construir un “infierno en la sociedad”. Nos reunimos los que somos buenos en la apariencia, mientras ocultamos nuestras propias cargas.

La Iglesia es otra experiencia de vida. En la Iglesia no debemos buscar un escenario para dar rienda suelta a las ambiciones, ni socios para el pecado.

En la Iglesia “debemos caminar” para ayudar a construir la vida buena, la vida nueva, el peregrinaje hacia el Reino de Dios. Nadie tiene que pedir permiso para entrar a la Iglesia, porque como llamados por el papa Francisco más de un millón de jóvenes corearon a todo pulmón; con todas las fuerzas de su corazón: “En la Iglesia caben todos, todos, todos”.