Tribuna

Sínodo, segundo acto

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Si tuviera que definir el Sínodo con una palabra, esa sería esperanza. La esperanza en una Iglesia renovada por el Espíritu Santo y enviada para la misión al mundo de hoy. Quizás no suene novedoso, no debería, pues algo similar ya ocurrió en el ajetreo de Pentecostés hace miles de años, y seguirá ocurriendo en la Iglesia hasta que Jesús vuelva. Pero la novedad es esa: Un ‘kairós’ donde un grupo de personas, venidas de muchos países del mundo, con realidades muy distintas, sentadas en mesas redondas, en oración y con paz, tratando temas muy variados, llegan a la armonía, que es “vínculo de comunión entre partes disímiles”.



Aunque esto parezca poco, es muchísimo, dentro de un mundo y una institución, no acostumbrada a escuchar siempre. Es verdad que no todo han sido convergencias y muchos temas requieren estudios ulteriores que el Papa decidirá. Pero es que el Sínodo es sobre la sinodalidad. El tema central es el cómo la Iglesia puede recuperar la sinodalidad, una idea que viene del Papa Pablo VI. El objetivo del Sínodo es concretar de qué modo la Iglesia puede lograr una mayor comunión en el Pueblo de Dios (la armonía en el Espíritu) y una mayor participación de todos, para la misión en el mundo de hoy. Lo mejor para trabajar esto era experimentarlo y es lo que hicimos. El método de la conversación en el Espíritu era el más adecuado.

Fue lo que vivimos el mes de octubre pasado. Personas muy diversas por su origen, su labor y su visión, conversando en ambiente de oración, con la finalidad de discernir juntas. Puedo asegurar que el ambiente fue de oración y fraternidad, aun en medio de las divergencias. Estamos acostumbrados a los gritos e insultos de los políticos y por eso es difícil imaginarlo cuando no se ha vivido. En lo personal, cambió mi visión de la Iglesia y como consecuencia descubrí que la sinodalidad es la receta para un mundo roto.

  • 1. Promoción valiente de la paz y los derechos humanos. En un mundo en guerra, plagado de desafíos y conflictos, la imperiosa necesidad de que nos comprometamos en la promoción valiente de la paz y los derechos humanos adquiere una relevancia vital. La paz y los derechos humanos como deberes individuales que requieren acción y coraje. Que no implica solo la ausencia de conflictos, sino también la presencia activa de la justicia y la libertad. Así como el respeto y la protección de los derechos humanos también demandan valentía para desafiar la injusticia y luchar por la dignidad de cada ser humano, independientemente de su origen, género, o creencias.

El Papa Francisco nos ha dicho: “Cada uno de nosotros, en su corazón, tiene la responsabilidad de hacer algo para construir la paz”. La sinodalidad nos ayuda a escuchar a “todos, todos, todos”, para conocer los puntos ciegos que todos tenemos y entendernos mejor, ayudarnos mutuamente.

  • 2. Compromiso con la justicia social y la promoción de los más pobres. En la búsqueda de un mundo más justo y equitativo, urge que como Iglesia nos comprometamos con la justicia social y la promoción de los más pobres. La justicia social no es simplemente un concepto abstracto, sino un llamado a la acción concreta para abordar las desigualdades que afectan a tantas personas en el mundo. La Iglesia tiene la responsabilidad de cuestionar las estructuras injustas, de abogar por la igualdad de oportunidades y de trabajar en la eliminación de las barreras que perpetúan la marginación de los más pobres y vulnerables. Este compromiso implica alzar nuestra voz, participar activamente en la creación de condiciones que permitan a todos disfrutar de una vida digna, sin importar su posición social, económica o cultural.

El Papa Francisco ha afirmado: “No podemos resignarnos a pensar que la caridad y la solidaridad sean un deber de los demás”. La caridad cristiana nos obliga a la promoción de los más pobres. No es algo que pueda ser delegado a otros; es una llamada individual a reconocer y abordar las injusticias que afectan a nuestros hermanos. Es imposible que seamos sinodales si no somos pobres, despojados de autoritarismo, confiados en la Providencia, humildes y sencillos, y si no luchamos por la promoción de estos.

  • 3. Reconocimiento visible de la dignidad bautismal de toda mujer. Nos apremia reconocer con hechos la dignidad bautismal de toda mujer y su lugar fundamental en la Iglesia. El respeto y la valoración de las mujeres deben ir más allá de las palabras y manifestarse ya en acciones concretas, excluyendo incluso los micro machismos. Las mujeres, como seres humanos dotados de dones y talentos, merecemos participar plenamente en la vida de la Iglesia, ocupando espacios significativos y contribuyendo con nuestra perspectiva única al fortalecimiento de la Iglesia.

El Papa Francisco ha reconocido que “una Iglesia que excluye a las mujeres es una Iglesia estéril, porque está privada de la madre”. La Iglesia puede llamarse sinodal cuando la participación real sea verdaderamente de todos. La voz femenina en la Iglesia es necesaria para consolar, curar y serenar a tantas personas del Pueblo de Dios que sufren.

  • 4. Lucha por el cuidado de la Casa Común. La urgencia de luchar con acciones concretas por el cuidado de la Casa Común es hoy un llamado imperativo para la Iglesia en un momento en que la crisis ambiental y la desigualdad social se entrelazan de manera muy compleja. Cada acción que perjudica a nuestro entorno natural tiene consecuencias directas en la vida de aquellos que son económicamente marginados y carecen de recursos para enfrentar los impactos adversos del cambio climático y la degradación ambiental.

El Papa Francisco dice: “El grito de la tierra y el grito de los pobres son el mismo grito”. Muchos niegan el cambio climático, pero sus efectos devastadores son evidentes. Por eso, la sinodalidad pasa por el cuidado de la Casa Común que implica no solo la preservación de los recursos naturales, sino también la defensa de los derechos y la dignidad de los más desfavorecidos. Tenemos que sentarnos con personas de otras religiones, culturas o ideologías y buscar soluciones juntos.

  • 5. Apertura hacia al diálogo y la restauración de todas las víctimas de abusos. Es imposible ser testigos de Jesús ante el mundo mientras seamos una Iglesia dividida, polarizada y, además, continuemos ocultando casos de abusos Esto ha afectado la credibilidad y la integridad de la Iglesia. Necesitamos escuchar a las víctimas y a los que piensan diferente. La comunión emerge como un antídoto esencial contra las polarizaciones destructivas. La sinodalidad es eminentemente apertura al diálogo, discernir juntos la voluntad de Dios y fomentar un entendimiento que nos permita vivir la comunión, entendida como un intercambio profundo y respetuoso.

Por todo esto, el Sínodo de la sinodalidad me llena de esperanza, me permite creer que estamos en un proceso eclesial que nos hará más auténticos, más sencillos, más abiertos al amor, como Jesús. Y estos 11 meses son una espera activa, como un embarazo, en que espero los frutos del Espíritu Santo actuando en su Iglesia.


*Artículo original publicado en el número de febrero de 2024 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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