Tribuna

Putin: huida hacia ninguna parte

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La abrupta conversión de la “operación especial” en Ucrania, llevada a cabo desde el pasado 24 de febrero, en una movilización parcial de efectivos humanos de 300.000 ciudadanos reservistas rusos ha evidenciado varias cuestiones.



En primer lugar, el enquistamiento inicial de los avances territoriales de las tropas rusas para pasar —desde hace varias semanas— a retroceder hasta los límites de la región del Donbás, cuestionando los teóricos objetivos mínimos del Kremlin en la región.

En segundo lugar, la diferencia existente entre unas fuerzas armadas ucranianas incentivadas con la recuperación del control territorial de su Estado con el apoyo sostenido de Occidente (Estados Unidos y Reino Unido principalmente) y unos efectivos rusos desorientados y desmotivados en torno a su presencia en un pueblo al que le unen tantos lazos históricos, afectivos y de matrimonios y familias mixtas —ucraniana y rusa—.

En tercer lugar, el apoyo internacional. La reunión durante la pasada semana en Samarcanda de los máximos representantes de los Estados de la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS) ha representado la escenificación de las primeras matizaciones públicas hacia la posición de Putin respecto a Ucrania. Tanto Xi-Jiping, patrocinador de esta nueva Ruta de la Seda en proceso de construcción desde 2013, como en especial el primer ministro de India, Narendra Modi, han explicitado sus recelos ante la continuidad del conflicto: “No es momento para una guerra”, según Modi.

Movilizar civiles

En cuarto lugar, la situación en la que Putin se ve en un escenario al que no quería verse abocado. A partir de su discurso a la nación hace dos días en el que, utilizando la retórica habitual hasta ahora (la agresión occidental, la desnazificación de Ucrania, el genocidio sobre la población rusa liberada por Moscú), impone una movilización con la que comienza a trasladar también a la sociedad civil rusa el coste de participar en un conflicto bélico del que, hasta ahora, permanecía relativamente al margen. En este contexto en el que van a arreciar las críticas y las manifestaciones de rechazo contra el régimen —con las masivas detenciones ya producidas durante estos días— hay que mencionar igualmente los costes (económicos y tecnológicos entre otros) derivados de la aplicación de las sanciones y de la utilización de recursos adicionales para sostener en el tiempo la agresión armada. Pero también Putin empieza a sentir la presión de los elementos más radicales del sistema que abogaban por un endurecimiento del conflicto.

En quinto lugar, aunque no sea la primera vez que lo hace, el recurso a la amenaza nuclear lanzado en el mencionado mensaje. Este factor del nuevo escenario que se está creando viene acompañado por una reiteración en el discurso: “No voy de farol”, como puede comprobarse en la transcripción oficial de la web del Kremlin. ¿Qué ha cambiado ahora que hace mucho más peligrosa y creíble a la amenaza nuclear? En primer término, que se basa en la protección de la integridad territorial de Rusia. Para ello resulta imprescindible la celebración de referéndums de autodeterminación ‘exprés’ en Lugansk, Donetsk, Zaporiya y Jersón. Completamente ilegales desde el ordenamiento jurídico internacional y sin ninguna garantía en medio de un conflicto bélico pretenden completar la integración de los mencionados territorios a la soberanía rusa. Añadir a los dos últimos mencionados tiene su explicación en la lógica del Kremlin: Zaporiya tiene la segunda central nuclear más potente de Europa y, junto con Jersón, facilita la configuración del corredor en el sur de Ucrania que se une al Donbás. A la importancia económica y geoestratégica se une la recuperación del proyecto geopolítico de ‘Novoróssiya’ (Nueva Rusia) tan reclamado por el pensamiento neo-imperialista de los nostálgicos como Alexander Duguin —que en un atentado fallido dirigido contra el acabó con la vida de su hija semanas atrás— y de los eurasianistas. Asimismo, no necesariamente hay que identificar la capacidad nuclear con Hiroshima y Nagashaki. Pero Rusia dispone de armamento nuclear de corto y medio alcance (misiles Iskander), que están ubicados en Kaliningrado —enclave incrustado en el territorio de la UE y de la OTAN—, con el riesgo de internacionalización del conflicto y de las dimensiones que esto comportaría.

En sexto lugar, la personalidad de Putin y de cualquier autócrata cuando se encuentra en una situación límite. Por ello en estos momentos podemos encontrarnos a un líder, por primera vez, actuando de forma irracional, desesperada y sin capacidad para medir las consecuencias de sus decisiones si la involución de su operación en Ucrania amenazase con atropellarlo.

Por todo ello, la contraofensiva ucraniana y la respuesta del Kremlin enturbian más —si eso fuese posible— el panorama en Ucrania y en el conjunto de la comunidad internacional. Aunque China, Irán, Pakistán, India y otra serie de potencias regionales—con la incógnita de una Turquía omnipresente en el escenario diplomático durante los últimos meses— están planteando un desafío al orden liberal y a la unipolaridad de Estados Unidos, cabe pensar que Pekín, más interesada en el comercio internacional y en una expansión económica amenazada por el conflicto, pueda reconducir a un Putin desnortado. Aunque hasta la fecha sus múltiples apoyos institucionales por acción u omisión (en el Consejo de Seguridad, en la Asamblea General y en la Corte Internacional de Justicia de Naciones Unidas) así como con la negativa a aplicar sanciones y con la absorción de las exportaciones de petróleo y gas natural ruso que se destinaban a Europa, no haya prestado su apoyo para que se detenga la agresión rusa a Ucrania.


*José Ángel López Jiménez, Profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad Pontificia Comillas/ICADE