Tribuna

Meditación sobre la caridad

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Nunca es fácil pensar el amor, entre otras cosas, porque sobre el amor no hay nada que pensar, pero sí mucho por sentir. El amor, de cualquier manera, nos enfrenta siempre a un límite. La cruz es el amor llevado al límite, o quizás, por el contrario, el amor es ese mismo límite. Quizás el amor es un horizonte anhelado. Acercarnos a la otra orilla como lo señala Cristo en el Evangelio de San Marcos.



El amor es un fenómeno que nos abre hacia otras dimensiones dentro de esta misma dimensión, dulce son de los abismos, ahogo de palabras quemantes, luz que brilla en el bajo fondo de lo humano.

En tal sentido, Antonio Rosmini afirma que todos los cristianos son llamados a una vida perfecta, todos hemos recibido la ley de la caridad, que es la plenitud y el fin de todo precepto, tal y como señala San Pablo (1 Tm 1,5), “esfuércense, además, en cumplirla según su estado: sin embargo, a la cima de la perfección solo llega el que, despojado en espíritu y verdad, y desnudo de las cosas de aquí abajo y de todo apego a la vida propia, para su propio bien ya no reconoce más que a Dios y para su profesión, para su trabajo diario, nada más que la misma caridad o amor a Dios”. Para Rosmini, el amor que mira a Cristo es el fundamento para la justicia más perfecta. Un amor que persigue que la voluntad de Dios se cumpla, se haga. “Amor, pues, y hacer la voluntad divina, amando: eso es la caridad”, según Rosmini.

Las dimensiones de la caridad

Antonio Rosmini parte de una meditación sobre el libro de Job para expresar los atributos de la caridad divina. Resalta cuatro atributos o dimensiones infinitas que son: anchura, longitud, altura y profundidad. Según el pensador italiano, la anchura se cristaliza en el abrazo de Dios a todos los seres humanos; la longitud simboliza la duración de ese amor, que es eterno. La altura es una dimensión que ensalza a la criatura inteligente hasta el Supremo Bien; y la profundidad “que con designios de sabiduría inefable y con misterios escondidos al mundo, como el de la cruz, realza la obra que ha propuesto”.

Atributos o dimensiones que se encuentran insertos en el misterio de la reducción humana y de la redención humana y de la encarnación de Cristo. En tal sentido, Santo Tomás de Aquino comprende que de la caridad procede que se haya encarnado: “por causa de su mucho amor con que nos amó, cuando estábamos nosotros muertos por el pecado, nos vivificó juntamente en Cristo” (Ef 2, 4-5). De tal manera que, conocer la caridad de Cristo significa conocer todos los misterios de su Encarnación y de nuestra Redención, procedentes de la inmensa caridad de Dios, que por cierto “excede en todo entendimiento creado y la ciencia de todas las otras cosas”, escribirá Santo Tomás de Aquino.

La caridad una al hombre con Dios

Para Rosmini, Dios es el primer objeto de la caridad, pero también el primer amante, es esencialmente caridad y un acto de esta caridad es la encarnación en Cristo. Aquí quedan expuestos los dos objetos por excelencia de la caridad. Ambos objetos exceden toda ciencia y comprensión natural del hombre. Ambos objetos también son sus ejemplares, son también su casa en nosotros; “que nosotros amamos tales objetos amables, porque como sujetos amantes, nos amaron los primeros, diciendo el Apóstol de la caridad: «En esto se ha manifestado el amor de Dios por nosotros, en que ha mandado a su Hijo único al mundo» y repitiéndose continúa: «En esto consiste su amor: No somos nosotros los que hemos amado a Dios, sino Dios el que nos ha amado a nosotros y ha enviado a su Hijo como víctima propiciatoria por nuestros pecados» (1 Jn 4, 9-10).

La caridad, afirma Rosmini, es Dios viviente entre nosotros. Dios, como caridad subsistente en nosotros, es nuestra caridad. Sobre esto, San Pablo concluye distinguiendo la caridad como fenómeno inmanente en nosotros y como acto con el que nos mantenemos en ella. “El permanecer en Dios, es decir, la caridad, en nosotros, y el permanecer nosotros en la caridad: «Dios es amor y el que está en el amor está en Dios y Dios en él» (1Jn 4,16)”. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela