Tribuna

Madre María Félix y la Educación

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La Madre María Félix Torres, fundadora de la Compañía del Salvador y de los colegios Mater Salvatoris, nació en Albelda (Huesca) el 25 de agosto de 1907 y falleció, después de una vida consagrada a la formación de la juventud, en la madrugada del 12 de enero de 2001, a los 93 años de edad.



Aunque su deseo más íntimo fue dedicar su vida a Dios, en su fructífero peregrinar, comprendió que esa dedicación se hacía objetiva en el prójimo, de esta manera, también cumplía con la profundidad de la vocación que nos propuso Jesús: amar al prójimo como a nosotros mismos. Por ello, transitó el camino pedagógico para crear escenarios de fervoroso amor y servicio a la Iglesia, a mayor gloria de Dios.

Si bien es cierto, la Madre María Félix no desarrolló formalmente un sistema pedagógico concreto, dejó muchas pistas para la elaboración de uno que tuviera a Jesucristo como centro vital, dado que, tuvo claro, casi desde la infancia, que nada es pobre si Cristo está presente.

Por ello, y con una claridad que solo podía venir del cielo, se trazó el objetivo de poner a los jóvenes en contacto directo con Jesucristo, esto era la base de todo. En su caso, y como sabemos, su interés estuvo en crear colegios para niñas asociados a la Congregación Mariana, dado que, no solo es María Santísima el único camino hacia Jesucristo, sino porque, es precisamente en ella donde se conforma el deseo ardiente de glorificar a Dios siguiendo de cerca a Jesucristo.

¿Por qué Jesucristo?

Aunque pudiera resultar una obviedad la pregunta, creo que es menester explicarlo con algún tímido detenimiento. ¿Por qué centrar un proyecto educativo en Jesucristo? La Madre María Félix fue un testigo activo de un tiempo complejo, cargado de espesas dificultades humanas, al que había que darle respuesta. Respuesta oportuna y pertinente que abrazara la verdad, precisamente porque el signo de estos tiempos lo marcaba una progresiva crisis de la verdad.

Esto lo advirtió decididamente Benedicto XVI muchos años después al preguntar cuántos vientos de doctrina hemos conocido durante estos últimos decenios, cuántas corrientes ideológicas, cuántas modas de pensamiento. Todo ello revela que existe una crisis de la verdad. Una crisis que nació del nihilismo y se expandió con el relativismo moderno.

En medio de las tinieblas que oscurecen mente y corazón, la Madre María Félix hizo muy suyo el mensaje evangélico según el cual Jesucristo venció como luz al mundo, para que todo el que crea en Él no quede en tinieblas (cfr Jn 12, 46) La Madre, cuyo corazón estaba completamente perfumado con el Evangelio, comprendió claramente que quien camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza porque le falta la luz (Cfr Jn 11, 9 – 10) La oscuridad es espesa y alarmante.

El hombre, sin la luz que es Jesucristo, pierde toda noción de la verdad y si para el hombre no existe una verdad, en el fondo, no puede ni siquiera distinguir entre el bien y el mal. En tal sentido, Jesucristo es la luz del mundo, la luz que el hombre necesita, no simplemente por el hecho que implica la relación entre luz y conocimiento, sino porque, como escribiera San Juan Pablo II: “es la luz del mundo, pues en Él se ha revelado la Vida. Se ha revelado mediante la palabra del Evangelio, pero sobre todo se ha revelado mediante su muerte redentora en la Cruz”.

Educar para la verdad

En tal sentido, para la Madre María Félix un proyecto educativo tenía que estar concebido para acercar al hombre a Jesucristo, es decir, acercar al hombre a la Verdad. A la Verdad se acerca el hombre desde el amor que se entrega hasta las últimas consecuencias, solo desde el amor el hombre se transforma en colaborador de la Verdad (cfr. 3 Jn 8). Ubicar estas ideas como columna vertebral de un proyecto educativo implica la búsqueda de establecer una ética abierta a las cuestiones de la ética con criterios para vivir en la bondad y en la verdad, del destino humano y de las últimas preguntas.

La Madre María Félix fue una lectora voraz y una mujer profundamente estudiosa, pero con un corazón y una mente de puertas abiertas a Cristo, por ello, tuvo un conocimiento muy claro de sus fortalezas y sus limitaciones. Se concibió a sí misma dentro de un orden amoroso que no le permitía amar lo que había que amar menos y amar menos lo que había que amar más. Esa claridad la quiso para sus niñas y para el hombre en general. Paz y Bien


Por Valmore Muñoz Arteaga. Profesor y escritor. Maracaibo – Venezuela