Tribuna

Las católicas en el campo

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A los campos de trigo llegaron armados con bolígrafos, cuadernos y el Evangelio. Y enseñaron a leer y escribir a las mujeres campesinas, transmitiéndoles los rudimentos de la lengua junto con la Palabra de Dios. De zapatos gastados y polvorientos también parte el camino hacia el protagonismo de las mujeres católicas en la Iglesia y en la sociedad.



Fue a principios del siglo XX cuando las asociaciones de mujeres comenzaron a tomar forma, gracias a la Acción Católica. Armida Barelli, hija de la burguesía milanesa, estudiante en Suiza y de sólida espiritualidad, fundó en 1918 la Juventud Femenina Ambrosiana a petición del cardenal Ferrari y, al año siguiente, impulsada por Benedicto XV, la nacional. Será la “hermana mayor” de muchas jóvenes que descubrirán su camino para implicarse en la vida de las parroquias. Miles de mujeres que, entre momentos de estudio, oración, encuentros y campamentos de verano, desempeñarán un papel protagonista fuera de los muros de su casa.

“La dimensión social de Barelli se expresa con la promoción de la cultura de las mujeres, a través de la alfabetización, la formación y la universidad. La prensa asociativa, diferenciada por grupos de edad y categorías sociales, fue el principal instrumento de los grupos liderados por las propias mujeres”, observa la socióloga Chiara Canta.

Barelli, a quien Francisco declaró beata el 30 de abril de 2022, es pionera en muchas realidades, desde la Acción Católica hasta la Universidad Católica del Sagrado Corazón y el Instituto Secular de las Misioneras de la Realeza de Cristo con el padre Agostino Gemelli, hasta la Obra de la Realeza. Las semillas de la Acción Católica harán florecer también el Centro Italiano de la Mujer y el grupo de Promoción de la Mujer. Alda Miceli, que la sucederá al frente de la Juventud Femenina, “será una de las trece laicas participantes en el Vaticano II, mujeres implicadas en la Iglesia y en las asociaciones católicas que representaban realidades significativas y “esferas vitales” formadas por miles de mujeres en todo el mundo”, afirma Canta.

Formas democráticas

“Desde el principio los estatutos, tanto de la Unión de Mujeres Católicas fundada en 1908, como de la Juventud Femenina de Armida Barelli de 1918, prevén la elegibilidad de los cargos en forma democrática”, subraya el historiador Ernesto Preziosi. “Es un camino que marca también una nueva sensibilidad en relación con la presencia de las mujeres en la sociedad y su derecho a participar en las elecciones políticas. Un derecho por el que las mujeres católicas luchan con intervenciones públicas que contribuyen a llevar al Parlamento un proyecto de ley aprobado parcialmente por la Cámara de Diputados el 6 de septiembre de 1919 con el apoyo del Partido Popular italiano”, explica Preziosi.

Solo en 1945 se concedería a las mujeres italianas el derecho a votar y serían elegibles para ser votadas. Ese año, las mujeres católicas supondrían la participación electoral más amplia. “Barelli escribirá: “Nosotras las mujeres somos una fuerza en Italia porque, de 100 votos, 47 son para hombres y 53 para mujeres”. Una vasta labor de sensibilización que produjo sus efectos también en la sensibilidad y en el discurso eclesial”, afirma Preziosi. Y son las “hermanas” de Armida las que más tarde hicieron historia en Italia. Basta mencionar a la partisana “Gabriella” o a la joven Tina Anselmi que será ministra de la República, presidenta de la Comisión parlamentaria de investigación sobre la Logia Masónica P2 e impulsora de la ley de igualdad de oportunidades.

En resumen, Barelli “con su obra contribuyó decisivamente a la promoción de las jóvenes cristianas en la primera mitad del siglo XX y al proceso de integración entre el Norte y el Sur, extendiendo su acción en el ámbito internacional”, escribe Francisco en el prólogo del libro de Ernesto Preziosi, ‘La zingara del buon Dio’. Un papel que el Papa reconoce también hoy a la Acción Católica hasta el punto de invitar a participar en el Sínodo a Eva Fernández Mateo, coordinadora del FIAC, el Foro Internacional de la Acción Católica. “Estoy convencida de que la experiencia de fe a través de la Acción Católica ha ayudado mucho a las mujeres desde principios del siglo XX”, afirma Fernández quien recuerda la figura de “Pilar Bellosillo, fundadora de la Acción Católica Española, que fue auditora en el Concilio Vaticano II”.

Nacida en 1987, la FIAC está presente en una treintena de países, en los cinco continentes, y representa un protagonismo laical, muchas veces en clave femenina, de la Acción Católica en todo el mundo. “La argentina Beatrice Buzzetti fue la primera coordinadora de 1997 a 2004, seguida por Paola Bignardi, italiana. También hay que recordar a María Eugenia Díaz, mexicana, quien también fue presidenta de la Unión Mundial de Mujeres Católicas. Y Viorica Lascu, primera colaboradora de los obispos rumanos más tarde martirizados por el régimen comunista, que ayudó a crear una Acción Católica única, con los dos ritos, e impulsó a la FIAC en esta apertura internacional”, recuerda Maria Grazia Tibaldi, una de las fundadoras de la FIAC de la que ahora es Secretaria.

Margareth Karram, presidenta del Movimiento de los Focolares, también fue invitada al Sínodo por el Papa Francisco. Y pensar que cuando el Movimiento dio sus primeros pasos, la importante presencia femenina despertó suspicacias. La historiadora Elena Del Nero recuerda las palabras de monseñor Traglia, en 1959, durante una sesión plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana (CEI): “Cuando se discutía la posibilidad de disolver el Movimiento de los Focolares, dijo que ‘el movimiento no puede ser aprobado, lo que sorprendente es que sean las mujeres las que actúen como maestras del espíritu’. El cardenal Siri expresó fuertes dudas sobre la posibilidad de ‘sanar’ el Movimiento, subrayando que ‘había una mujer por medio’”. En enero de 2020, la focolarina Francesca Di Giovanni, jurista, fue la primera mujer en ocupar un puesto directivo en la Secretaría de Estado, subsecretaria de la Sección para las Relaciones con los Estados.

Por estatuto, el Movimiento de los Focolares debe tener una presidenta mujer. La petición de la fundadora, Chiara Lubich, fue aprobada por Juan Pablo II. La norma “confirma cómo una mujer, a pesar de no haber recibido las Sagradas Órdenes, puede presidir un cuerpo eclesial al que pertenecen, además de los laicos, una nutrida representación de sacerdotes, religiosos y religiosas, así como un buen número de obispos que comparten la espiritualidad del Movimiento. Todo esto me hace vislumbrar nuevos horizontes para el papel de la mujer en la Iglesia”, explicaba Lubich en una entrevista.

Acción Católica, Movimiento de los Focolares y también el Movimiento Scout. Después de veinte años de dictadura y varios años de guerra “en Italia, la experiencia del scoutismo femenino, la AGI (Asociación Italiana de Guías fusionada con la Asociación Italiana de Guías y Scouts Católicos, AGESCI), nació de un pequeño grupo de mujeres jóvenes de la burguesía romana, un escuadrón femenino enteramente autogestionado”, recuerda Roberta Vincini, presidenta del Comité Nacional de Agesci.

En el período post-Concilio, la Asociación ratificó la figura de las responsables laicas: “La AGI sabía que podía participar activamente en la construcción de una comunidad eclesial y en particular sus responsables se sintieron llamadas como mujeres y como educadoras scouts para aportar su contribución específica”, añade Daniela Ferrara, Guía Jefe de Italia. “En 1974 llegó la elección entre la diarquía o la coeducación. Así, la Asociación confió tareas educativas y de gobierno a una mujer y a un hombre conjuntamente, con igual dignidad y responsabilidad”.

Un protagonismo que las mujeres de AGESCI también encarnan en la sociedad italiana, “basta mencionar a María Teresa Spagnoletti, magistrada del tribunal de menores de Roma. O Giovannella Baggio, presidenta del Centro Nacional de Estudios sobre Salud y Medicina de Género y miembro electo del Comité Científico de la Sociedad Internacional de Medicina de Género”.

Ambivalencia

Por lo tanto, las asociaciones laicas han hecho mucho por la maduración de las mujeres católicas. El acceso de las mujeres al estudio de la teología, permitido por el Concilio Vaticano II, también contribuyó en gran parte. “Las mujeres de la Juventud Femenina habían comprendido que era necesario formarse en lengua italiana y en la fe porque era importante participar en el espacio público”, afirma Stella Morra. Pero, por otra parte, toda la sociedad estaba cambiando. “

La condición de las mujeres estaba estructuralmente bloqueada, no tenían autonomía económica ni jurídica. Y la comunidad eclesial sentía una gran desconfianza hacia la dimensión más pública, hacia el hecho de que las mujeres desempeñaran distintas profesiones o gozaran de autonomía económica porque chocaba con la mitificación romántica de la familia”. Una ambivalencia, –concluye Morra–, que ha marcado la vida eclesial. “A nivel público, no era necesario mover algunos pilares como el de la familia o el trabajo fuera del hogar, que inevitablemente se han movido para cambiar también la esfera privada. Y han planteado a la Iglesia una serie de cuestiones que, como estamos comprobando en el proceso sinodal, todavía tenemos que abordar”.


*Artículo original publicado en el número de noviembre de 2023 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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