Tribuna

La hermana pequeña

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Marsella, puerta del Mediterráneo y de civilizaciones, mosaico de pueblos y hogar de migrantes, estaba singularmente radiante. “Yo soy también hijo de migrantes –comenzó diciendo el cardenal Jean-Marc Aveline–, mi abuela vino de Almería”. Han sido días muy intensos: discursos, reflexiones en grupos, puestas en común, celebraciones, encuentros en parroquias de distintos barrios puzle, de un intenso colorido de los migrantes que los habitan… ¡y la venida del Papa!



Era el tercer encuentro de los obispos de la región, y esta vez quiso el Papa que estuviesen jóvenes de los países que bordean el Mediterráneo, para conocernos, acogernos, escucharnos, buscar soluciones a los desafíos que se nos presentan… De España estuvimos los obispos de Barcelona, Cádiz y Almería.

Los discursos del Papa, empapados de esperanza y lucidez, los conocéis ya. Dejadme que yo me fije no tanto en el Mosaico de esperanza que jugaba a ser el lema del foro, sino en las teselas que lo conforman. Estos jóvenes han puesto rostro y voz a su historia, han sido pequeños iconos de sus pueblos, algunos en guerra permanente, con dificultades vitales serias, casi sin futuro. Pero ninguno de ellos estaba triste, ninguno se quejaba, en la luz de sus ojos brotaba esperanza.

Setenta y dos jóvenes de Armenia, Chipre, Grecia, Turquía, Siria, Líbano, Israel, Palestina, Egipto, Argelia, Túnez, Marruecos, Ucrania, Rumanía, Croacia, Albania, Francia, España, Italia… Católicos latinos y orientales, ortodoxos, musulmanes y judíos… Una chica musulmana, en mi grupo, nos daba las gracias porque ha podido participar, por organizar este encuentro y contar con todos, sin mirar la raza o la religión.

Palabras con rostro

Estábamos a la escucha de lo que pasa en nuestras orillas, a nuestros vecinos, de los que naufragan en este mar tan nuestro, de las injusticias, de las situaciones aparentemente sin salida, de las guerras y el terror, de nuestras divisiones, de cómo acogíamos en nuestros países del norte a los que huían del sur… Y las palabras no eran de escritos teóricos, tenían resonancia, les poníamos rostro.

Cuando miras a tu lado la cara de una persona y ves verdad en ella, se desmantelan todas las teorías ideológicas –sean políticas o religiosas– que nos enfrentan. De la mirada brota la fraternidad, es el ejercicio del samaritano, tan nuestro, tan de Jesús: se acercó, miró y tuvo compasión, padeció con él. Mirar es hacerse prójimo. Escuchar es acoger, y solo hay acogida si se hace con alma, corazón y vida, como dice el bolero.

Muchos esfuerzos, como semilla de mostaza, se están haciendo ya por medio de la vida religiosa, de las comunidades parroquiales, de instituciones civiles, de Cáritas… Me admira el esfuerzo y la entrega de tantos, tan necesaria, aunque nunca sea suficiente. Un tsunami de fraternidad ha de inundar nuestros corazones, los de creyentes y no creyentes.

(…)

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