Tribuna

¿A quién privar? Exclusión y eucaristía

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En enero, ‘America Magazine’ publicó un artículo que escribí sobre el tema de la inclusión en la vida de la Iglesia. Desde entonces, ha habido tanto un apoyo sustancial a las posiciones que presenté, así como una oposición significativa. La mayoría de aquellos que criticaron mi artículo se centraron en su tratamiento sobre la exclusión de la eucaristía de personas divorciadas vueltas a casar y miembros de la comunidad LGTBI.



Las críticas incluyeron la afirmación de que mi artículo desafiaba una antigua enseñanza de la Iglesia, no prestaba la debida atención al llamado a la santidad, abandonaba cualquier sentido del pecado en el ámbito sexual y fracasó en destacar la naturaleza esencial de la conversión. Quizá de manera más consistente, la crítica afirmaba que la exclusión de la eucaristía es esencialmente una cuestión doctrinal y no pastoral.

En el presente artículo, busco lidiar con algunas de las críticas que se han planteado y así contribuir al diálogo continuo sobre esta delicada cuestión que, sin duda, seguirá discutiéndose a lo largo del proceso sinodal. Específicamente, busco aquí desarrollar, más completamente de lo que hice en mi artículo inicial, importantes cuestiones afines. A saber, la naturaleza de la conversión en la vida moral del discípulo, el llamado a la santidad, el papel del pecado, el sacramento de la penitencia, la historia de la doctrina categórica de la exclusión de pecados sexuales y la relación entre la doctrina moral y la teología pastoral.

El informe de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos sobre los diálogos sinodales que se llevaron a cabo en nuestra nación el año pasado señaló la profunda tristeza de muchos, si no de la mayoría del pueblo de Dios, por la amplia exclusión de la eucaristía de tantos católicos que se esfuerzan por practicar su fe, pero que quedan excluidos de la comunión porque están divorciados y vueltos a casar, o porque son LGTBI.

En enero propuse que tres principios fundamentales de la enseñanza católica invitan a revisar la práctica de la Iglesia en esta área.

  • El primero es la imagen del papa Francisco de la Iglesia como un hospital de campaña, que apunta a la realidad de que todos estamos heridos por el pecado y de que todos necesitamos por igual la gracia y la sanación de Dios.
  • El segundo es el papel de la conciencia en el pensamiento católico. Para cada miembro de la Iglesia, es la conciencia ante la cual tenemos la máxima responsabilidad y por la cual seremos juzgados. Por esta razón, mientras que la enseñanza católica tiene un papel esencial en la toma de decisiones morales, es la conciencia la que tiene el lugar privilegiado. Como ha dicho el papa Francisco, el papel de la Iglesia es formar conciencias, no reemplazarlas. Las exclusiones categóricas de la eucaristía para los divorciados vueltos a casar y las personas LGTBI no dan el debido respeto a las conversaciones que mujeres y hombres tienen al interior de su conciencia con su Dios al discernir su decisión moral en circunstancias complejas.
  • Finalmente, propuse que la eucaristía nos es dada como una gracia profunda en nuestra conversión al discipulado. Como nos recuerda el papa Francisco, la eucaristía “no es un premio para los perfectos, sino una poderosa medicina y alimento para los débiles”. Privar a los discípulos de esa gracia bloquea uno de los principales caminos que Cristo les ha dado para reformar sus vidas y aceptar el evangelio de manera cada vez más plena. Por todas estas razones, propuse que la eucaristía no debería ser categóricamente prohibida a los católicos divorciados vueltos a casar o católicos LGTBI que buscan ardientemente la gracia de Dios en sus vidas.

En las semanas posteriores a la publicación de mi artículo, una objeción ha sido que la Iglesia no puede aceptar tal noción de inclusión porque la exclusión de la eucaristía de mujeres y hombres vueltos a casar o personas LGTBI se deriva de la tradición moral en la Iglesia de que todos los pecados sexuales son materia grave. Esto significa que todos los pecados sexuales son tan gravemente malos que objetivamente constituyen una acción que puede romper la relación de un creyente con Dios.

He intentado encarar esta objeción de frente llamando la atención tanto a la historia como al razonamiento singular del principio de que todos los pecados sexuales son objetivamente pecados mortales.

El sexo y el pecado

Durante la mayor parte de la historia de la Iglesia, varias gradaciones del mal objetivo en la evaluación de los pecados sexuales estuvieron presentes en la vida de la Iglesia. Pero en el siglo XVII, con la introducción de la afirmación de que para todos los pecados sexuales no hay parvedad de materia, relegamos a todos los pecados relacionados con la sexualidad a un ámbito en el que no existe ninguna otra clase de pecado que esté tan absolutamente categorizada.

En principio, todos los pecados sexuales son pecados objetivamente mortales dentro de la tradición moral católica. Esto significa que todos los pecados que violan el sexto y noveno mandamiento son pecados mortales categóricamente objetivos. No existe una clasificación tan completa de pecado mortal para ninguno de los otros mandamientos.

Al comprender la aplicación de este principio a la recepción de la comunión, es vital reconocer que es el nivel de pecaminosidad objetiva lo que constituye el cimiento de la exclusión categórica actual de la eucaristía para aquellos divorciados vueltos a casar o católicos LGTBI que estén sexualmente activos. Entonces, es precisamente este cambio en la doctrina católica realizado en el siglo XVII que es el fundamento para prohibir categóricamente la eucaristía a los católicos LGTBI y los divorciados vueltos a casar. ¿Tiene sentido dentro del universo de la enseñanza moral católica la tradición de que todos los pecados sexuales son objetivamente mortales?

Es automáticamente un pecado mortal objetivo para un esposo y esposa el participar en un solo acto de relación sexual utilizando anticonceptivos artificiales. Esto significa que el nivel de maldad presente en tal acto es objetivamente suficientemente para romper la relación de uno con Dios.

  • No es automáticamente un pecado mortal objetivo el abusar física o psicológicamente del cónyuge.
  • No es automáticamente un pecado mortal objetivo el explotar a tus propios empleados.
  • No es automáticamente un pecado mortal objetivo el discriminar a personas por su género, etnia o religión.
  • No es automáticamente un pecado mortal objetivo el abandonar a hijos.

La tradición moral de que todos los pecados sexuales son materia grave surge de una noción abstracta, deductiva y truncada de la vida moral cristiana que produce una definición de pecado discordantemente inconsistente con el amplio universo de la enseñanza moral católica. Esto se debe a que procede sólo del intelecto. El gran filósofo francés Henri Bergson señaló la insuficiencia de tal enfoque de la riqueza de la fe católica. “Vemos que el intelecto, tan hábil en el trato con lo inerte, es torpe en el momento en que toca lo vivo. Ya sea que quiera tratar la vida del cuerpo o la vida de la mente, procede con el rigor, la rigidez y la brutalidad de un instrumento no diseñado para tal uso. La intuición, por el contrario, está moldeada en la forma misma de la vida”.

El llamado a la santidad requiere un lente conceptual e intuitivo para lograr una comprensión de lo que significa el discipulado en Jesucristo. El discipulado significa esforzarse a profundizar nuestra fe y nuestra relación con Dios; encarnar las bienaventuranzas; construir el reino en la gracia de Dios; ser el buen samaritano. El llamado a la santidad abarca la totalidad de nuestras vidas, abarcando nuestros esfuerzos por acercarnos a Dios, nuestra vida sexual, nuestra vida familiar y nuestra vida social.

También implica reconocer el pecado donde acecha en nuestras vidas e intentar erradicarlo. Y significa reconocer que cada uno de nosotros en nuestra vida comete pecados profundos de omisión o comisión. En tales momentos debemos buscar la gracia del sacramento de la penitencia. Pero tales fracasos no deberían ser la base para la exclusión categórica continua de la eucaristía.

Es importante notar que las críticas a mi artículo no buscaban demostrar que la tradición que clasifica a todos los pecados sexuales como pecado mortal objetivo es de hecho correcta, o que produce una enseñanza moral que está en consonancia con el universo más extenso de la enseñanza moral católica. En cambio, los críticos se centraron en la afirmación repetida de que la exclusión de la eucaristía a los católicos divorciados vueltos a casar y a los católicos LGTBI es una cuestión doctrinal, no pastoral.

Yo respondería que precisamente el papa Francisco nos está llamando a apreciar la interacción vital entre los aspectos pastorales y doctrinales de la enseñanza de la Iglesia en cuestiones como estas.

Visto a través de un prisma pastoral

En sus enseñanzas, el papa Francisco ha enmarcado una teología pastoral sustantiva en el corazón de la vida de la Iglesia. Esta mirada pastoral exige que todas las ramas de la teología atiendan de manera mucho más sustancial la realidad concreta de la vida humana y del sufrimiento humano en la formación de la doctrina. Afirma que la experiencia vivida del pecado humano y la conversión humana son vitales para comprender el atributo central de Dios en relación con nosotros, que es la misericordia. Exige que la teología moral proceda de la acción pastoral concreta de Jesucristo, que no exige primero un cambio de vida, sino que comienza con un abrazo de amor divino.

La teología pastoral del papa Francisco requiere que la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia se forme en un abrazo compasivo con los desafíos frecuentemente abrumadores de la vida, que impiden que hombres y mujeres en determinados momentos de sus vidas se conformen plenamente con los importantes retos evangélicos. Además, la teología pastoral del papa Francisco rechaza una noción de la ley que pueda ser ciega ante la singularidad de situaciones humanas concretas, del sufrimiento humano y de la limitación humana.

Hay tres cimientos fundamentales para esta teología pastoral. El primer fundamento para la teología pastoral a la que señala el papa Francisco radica en el reconocimiento de que la Iglesia debe reflejar la acción pastoral del Señor. Es el modelo de Jesucristo que caminó sobre la tierra el que debemos incorporar en cada elemento de la vida eclesial.

Primero, el Señor abraza a la persona, luego las sana. Entonces les llama a reformarse. Cada uno de estos elementos del encuentro salvífico con el Señor es esencial. Pero su orden también es esencial. Cristo primero revela el amor arrollador, misericordioso e ilimitado de Dios. Luego se mueve para sanar la forma particular de sufrimiento que la persona está experimentando. Y solo hasta entonces, Él llama a la persona específicamente a un cambio en su vida.

Este patrón debe convertirse cada vez más profundamente en el modelo para la proclamación de la fe y la acción sanadora de la Iglesia en el mundo. Esta debe ser la “imitatio christi” para una Iglesia pastoral en una época que rechaza el formalismo, la autoridad y la tradición. El claro reconocimiento del pecado y el llamado a cambiar la propia vida para conformarse más plenamente con el evangelio, es esencial para la conversión cristiana y el logro de la verdadera felicidad en este mundo y en el venidero. Pero esta llamada debe estar reflejada en la bienvenida tierna y compasiva de una Iglesia que, pacientemente, ejerce su ministerio a través del tiempo, como Cristo hizo.

El segundo principio de la teología pastoral del papa Francisco es que la Iglesia debe comprometerse a un verdadero acompañamiento. En ‘Evangelii gaudium’ el papa Francisco expresa tanto la profundidad del compromiso como la apertura que debe impregnar la vida y la acción pastoral en la Iglesia. “Tendrá que iniciar a sus hermanos –sacerdotes, religiosos y laicos– en este ‘arte del acompañamiento’, para que todos aprendan siempre a quitarse las sandalias ante la tierra sagrada del otro”. El desafío de esto es llegar a ver a los demás como Dios los ve, almas increíblemente preciosas, individuales en naturaleza e identidad, pero igualmente atesoradas por el Señor.

La persona y sus circunstancias

El fundamento final de la teología pastoral que el papa Francisco está delineando para la vida de la Iglesia es la afirmación de que la identidad, la enseñanza y la acción de la Iglesia debe estar enraizada en las situaciones de vida que los hombres y las mujeres experimentan en el mundo de hoy. Todo discípulo se encuentra con ciertas circunstancias enormemente complejas que consistentemente le impiden vivir la enseñanza de la Iglesia en su plenitud.

Entre ellos se encuentran los divorciados vueltos a casar o los miembros sexualmente activos de las comunidades LGTBI. La teología pastoral y el acompañamiento buscan recapitular y replicar el encuentro salvífico de Jesucristo con el santo y el pecador que reside en cada alma humana, tocando cada dimensión de la existencia humana en el mundo real, invitando a todos los discípulos que se esfuerzan por practicar su fe al banquete eucarístico en este mundo y el venidero.

Quienes se oponen a elementos de la misión pastoral del papa Francisco dicen con frecuencia que la doctrina no puede ser superada por la pastoral. Es igualmente importante reconocer que la pastoral no puede ser eclipsada por la doctrina. Ya que el ministerio pastoral de Jesucristo se encuentra en el corazón de cualquier entendimiento equilibrado de la Iglesia que estamos llamados a ser. Así mismo, la autenticidad pastoral es tan importante como la autenticidad filosófica o la autenticidad en la ley al trazar el perfil de la vida de la Iglesia siguiendo el mandato que nuestro Señor nos ha dado. Oremos para que en los próximos meses el Espíritu Santo guíe a la Iglesia a discernir cómo se puede lograr tal visión de fe y gracia.


*Artículo publicado en America Magazine y cedido a Vida Nueva (2 de marzo de 2023)

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