Poli Díaz, el cura abusado de Salamanca, rompe su silencio: “No soy un héroe, pero esto no se puede minimizar ni esconder”

El que fuera vicario pastoral de la diócesis explica durante una vigilia ante su parroquia de La Purísima el calvario que ha sufrido por las agresiones de otro cura y su actual “proceso de sanación”

Era su vuelta a casa. A la parroquia, a la unidad pastoral del casco histórico de Salamanca a la que se ha entregado durante casi una década. A la Purísima. Después de dejar a la comunidad a la que acompañaba de forma cotidiana tras iniciar un proceso de denuncia de abusos sexuales durante su infancia por parte de otro sacerdote diocesano, Policarpo Díaz rompió su silencio ante los suyos.



Se acercó en la noche del miércoles 30 de agosto al templo para compartir, en el transcurso de una vigilia de oración, el particular viacrucis que ha sufrido en estas últimas décadas y, particularmente en estos meses. “Queridos hermanos: he preparado mucho este momento. No soy un niño. Me presento ante vosotros enfermo del alma, vulnerable. No soy un héroe, ni valiente, ni santo. Tengo necesidad de hablar de mí. No estoy en un momento de crispación. Estoy en un momento de sanación”.

Sin críticas ácidas

Con estas palabras arrancó este cura salamantino, respetado por sus feligreses, pero también por el clero diocesano, en tanto que, no solo ha sido párroco, sino también vicario pastoral, coordinador sinodal… Y enfatizó: “No esperéis una crítica ácida.  No tengo rabia, ni odio, ni pulsos a nadie”. Eso sí, Poli, desde la sencillez, pero con las palabras justas y medidas, expuso que alzar la voz por los abusos que ha sufrido “no es una persecución a la Iglesia”: “El tema de abusos sexuales a menores es algo extremadamente doloroso en medio de nuestra Iglesia que no hay que minimizar ni esconder. No son trampas a la Iglesia. Son tan verdad que nos salpican e implican”.

“Te conviertes en un pelele en las manos de una persona 20 años mayor que tú, que era mi párroco”, recordó sobre las agresiones sufridas durante más de una década y que comenzaron cuando solo tenía quince años siendo un monaguillo. “Quedé marcado por un trauma que me hizo y me hace sufrir muchísimo”, compartió ante dos centenares de amigos y familiares.

Tormento revivido

Tras poder escapar de su depredador, Poli sepultó lo vivido y pudo desarrollar su vocación como sacerdote. Sin embargo, la herida soterrada se reabrió cuando en enero de 2022 acompañó al obispo actual de Salamanca, José Luis Retana, a la visita ‘ad limina’ a Roma. Allí se puso sobre la mesa la crisis de la pederastia eclesial y cómo debían afrontarla los pastores. No se pudo abstraer. “Fueron unos días muy duros y difíciles. Me vino todo el dolor, el tormento y el sufrimiento de aquellos hechos tan terribles y bestiales”, logró verbalizar anteanoche en su parroquia. A partir de ahí, todo lo que había tenido bajo control, se le escapaba de las manos: “No dormía por la noche. Tenía que ocuparme de mil tareas, porque pensaba que estaba mejor trabajando que parado en casa dándole mil vueltas. Estaba como un pollo sin cabeza”.

Su salud física y espiritual comenzó a desmoronarse y el cura echó mano de un médico, un psicólogo y su acompañante espiritual. Decidió dar un paso al frente y reconocer su calvario oculto durante la Pascua del año pasado: “Decidió denunciarlo”. Este paso al frente le llevó a solicitar al obispo salir de la diócesis: “Me lo facilitó enseguida. Así pude dedicarme de manera monográfica a mi curación. Estoy muy concentrado en este proceso de sanación. No puedo tener despistes y tirar por la borda todo el trabajo de este primer año”.

Relevo en el templo

Con el curso a punto de iniciarse y el relevo de párroco en La Purísima, Poli también quiso aclarar su situación y cómo se sitúa ante el nuevo responsable de la unidad pastoral: “Jorge y yo somos hermanos. No es mi rival, ni me ha quitado el puesto, en la Iglesia no funcionamos así. Él no ha sido ascendido de Pizarrales a las parroquias del Centro Histórico, ni yo he sido defenestrado, ni desterrado”.

A la par, hizo un repaso por su servicio a los barrios durante estos nueve años de pastoreo: “Agradezco de haber sido testigo de 200 parejas, el bautizo de 298 niños. Ha sido un placer compartir el dolor de 182 familias en sus entierros. Hemos acompañado a más de 300 niños en la primera comunión. Y lo que no se cuenta, como las confesiones, los encuentros, los vulnerables, los enfermos que hemos ido a atender…”.

Con este subrayado, el sacerdote víctima de abusos remató su intervención: “Salgo de aquí por pura necesidad, por petición propia, para seguir curándome. Agradecido a todos y a tantos”. En ese instante, un aplauso invadió el templo durante varios minutos, a modo de homenaje, de reconocimiento, de empatía, de solidaridad. Y de denuncia conjunta.

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