Pliego
Portadilla del nº 3.151
Nº 3.151

Sínodo para la Amazonía: ¿profecía o herejía?

Una provocación como punto de partida. Una única pregunta para vertebrar una tarde de diálogo a la luz de la Asamblea Especial para la Región Panamazónica. Tan solo tres días después de su clausura y envío a la misión, Vida Nueva reunió en Madrid a quienes han trabajado, no solo durante este mes de octubre, por hacer realidad “la única conversión al Evangelio vivo, que es Jesucristo” a través de las dimensiones pastoral, cultural, ecológica y sinodal.

Un cuarteto formado por el presidente delegado del Sínodo Panamazónico, el cardenal Baltazar Porras; la consultora de la Secretaría General del Sínodo de los Obispos, María Luisa Berzosa; la auditora del Sínodo Panamazónico, Arizete Miranda; y el misionero jesuita canario Fernando López, del Equipo Itinerante de la Red Eclesial Panamazónica (REPAM). Todos, ante un mismo dilema: ‘El Sínodo para la Amazonía: ¿profecía o herejía?’.

María Luisa Berzosa (MLB). Sin duda alguna, este Sínodo es absolutamente profético. Pero no menos cierto es que toda profecía tiene algo de herejía, en la medida en que es llamada a la conversión, y en tanto que no tiene que ver con lo de siempre, rompe con la dinámica del “siempre se hizo así”, con mantener una determinada norma o costumbre. ¡La profecía descoloca!

Fernando López (FL). Para nosotros, desde la Amazonía, es un tiempo de ‘kairós’ y, por tanto, tiempo de profecía, de anuncio y de denuncia. Vivimos en un tiempo en el que tanto el sistema político como el económico están fatal, y dentro de la Iglesia también hay problemas serios que nos invitan a una conversión. El papa Francisco, ‘Evangelii gaudium’ y ‘Laudato si’ son signos en este tiempo de kairós. Aquel encuentro de Francisco con los indígenas en Puerto Maldonado fue un salto, pues escuchó a los indígenas y les dijo que son fundamentales para encontrar nuevos paradigmas. Llevo 21 años en equipos itinerantes, acercando fronteras y pueblos divididos, tejiendo una misión común que defienda la dignidad, y nunca imaginé un Sínodo de la Amazonía ni, mucho menos, llenar de color, de danzas y de pinturas el centro de la catolicidad.

Algo nuevo está naciendo, no le tengamos miedo a la diversidad. El Sínodo es profecía en tanto que hemos tomado conciencia de algo fundamental: cuanto más diverso, más divino. Si conseguimos mantener esa unidad en la diversidad inmensa geográfica, cultural y lingüística que es la Amazonía, podremos vivir en equilibrio y reciprocidad como Iglesia. Esto nos exige dialogar desde el principio trinitario, ser capaces de integrar también la diversidad de género. Al menos, la mitad de Dios es femenina y eso es ‘rúaj’. Desde esta idea se configuran los equipos itinerantes en la Amazonía, para sumar juntos desde la base que marca el punto 475 del ‘Documento de Aparecida’, que llama a que las Iglesias de la cuenca amazónica se unan para un proyecto común que defienda la vida de los pueblos.

Arizete Miranda (AM). El Sínodo es fruto de un proceso largo de preparación basado en la escucha de la gente, mirándonos los unos a los otros, con la misma ternura con la que Dios nos mira. Desde esa escucha ha surgido la necesidad del cambio, pero solo podemos cambiar las estructuras si hay una verdadera conversión del corazón. Y toda conversión es profecía y camino.

Tras mi intervención, el Papa me dijo que le había gustado una palabra que usé: itinerancia. Estoy convencida de que, como Iglesia, estamos llamados a ‘itinerar’ en nuestro interior, pero también exteriormente, en la calle, en lo social… Todo esto es profecía, en tanto que nos lleva a crear algo nuevo.

Baltazar Porras (BP). Hablar de profecía es la forma moderna de hablar de la locura de Dios a la que se refiere san Pablo. ¡Cómo nos íbamos a imaginar que en la Iglesia nos íbamos a poner a hablar de la ecología cuando no somos científicos! A ninguno nos enseñó el catecismo cómo abordar la ecología desde la evangelización. Es una locura que nos hayamos adentrado en este intento de abrir estos nuevos caminos. Porque, lejos de ser un sínodo de carácter regional, lo que se ha planteado en estas semanas nos habla a todos sobre cómo tiene que ser nuestra Casa común para el presente y para el futuro.

No me resulta extraño que se hable de herejía, porque es cierto que, en torno a esta cita, había muchos intereses políticos y económicos que buscaban combatirla. Y es que el Sínodo no solo nos ha invitado a dar respuestas de puertas para dentro de la Iglesia, sino que nos hace replantearnos nuestro lugar en medio de la humanidad, que tenemos que redescubrir con alegría y esperanza. Cuando apenas llevábamos unos días reunidos, el Papa nos comunicó en asamblea que estaba algo desilusionado por las intervenciones, porque eran demasiado poéticas, pero no se estaba aterrizando en propuestas reales. Francisco no quería que entráramos en debates sobre lo que se debe o no permitir, sino qué podemos hacer. En ese momento, nos habló del término “desborde”, que implica ir más allá y, en ocasiones, no cumplir con la ley.

No es baladí que la lectura del domingo de la clausura fuera la del fariseo y la del publicano, una auténtica “pedrada” para todos los que la escuchábamos desde allí. Asumir un modelo de Iglesia sinodal supone aplicar la horizontalidad, teniendo en cuenta que todos somos bautizados. Un cardenal no es más que un laico, el bautismo nos llama a vivir el Evangelio con la misma exigencia y para buscar juntos nuevos caminos desde esa Iglesia semper reformanda con tranquilidad y coraje. (…)

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