Minga en la ciudad para cuidar el páramo

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Una jornada de trabajo ambiental en Villa Rosita

Bajo su cortina de llovizna, el páramo: sucesión de lomas verdes adornadas con frailejones en el lugar sagrado donde nace agua. Rumor de la quebrada Yomasa, más limpia que nunca. En silencio y en medio del frío, Elizabeth Mosquera y sus compañeras reforestan: se inclinan sobre la tierra, la abren con palas a fuerza de músculo y experiencia para sembrar en su entraña negra árboles nativos. Son aproximadamente dos mil las plantas sembradas por las integrantes de Comabaquinta, una organización de mujeres que lleva años dándole a entender al Estado que sí se puede vivir en armonía con la naturaleza en la ciudad.

Elizabeth es habitante de Villa Rosita, el eco-barrio de la UPZ La Flora, un modelo de sana habitación sobre la franja de adecuación de los cerros orientales, en la localidad bogotana de Usme. Nacida en Chocó, llegó a la capital del país hace cerca de veinte años; buscando una mejor vida, como tantas otras madres-cabeza de hogar. Su disposición al servicio le es cuestión de herencia. Su mamá fue una capitana en Bahía Solano, una líder conocida por todos, en la tierra natal. De niña, Elizabeth ya le seguía los pasos. Había un lote baldío junto a la Iglesia del pueblo. Organizó a sus amigas y con palos de guadua hicieron un parquecito infantil. “Si nadie hace nada por uno, uno es el que tiene que hacer las cosas”. Creció, se enamoró, se fue a trabajar a Quibdó y cuando se quedó sin esposo y sin empleo se vino con sus cuatro hijas para Bogotá.

Desarraigada, se implantó al lado de una montaña. Se hizo a una vivienda en un barrio popular y, a pesar de las adversidades y de la discriminación, fue sacando adelante a su familia. Sus vecinos y sus vecinas no pudieron evitar reconocer en ella a una líder natural: atesoró experiencia organizativa como secretaria y presidenta de la Junta de acción comunal y al frente de la Corporación Madres En Acción Barrios Altos De La Quinta continúa hoy en la brega.

“Así es la vida”

¿Cómo algunas dinámicas del campo se han articulado en Villa Rosita con las dinámicas de la ciudad para dar a luz formas pacíficas de vida con relación al entorno? ¿Cómo se defienden saberes y tradiciones campesinas traídas de muchas localidades de Colombia? Preguntas como estas llevaron a que Andrés Felipe Sandoval visitase el centro de operaciones de Comabaquinta hace algunos días. Junto a compañeros de la clase de Antropología Urbana de la Universidad Externado se trepó una mañana de domingo al barrio para encontrarse con Elizabeth y con otras integrantes de la corporación.

Sobre un fogón comunal ya humeaba la aguadepanela. Coincidió el encuentro con la visita de un grupo de jóvenes de Fe y Alegría, que en su propia localidad se enfrentan a la pregunta ¿Cómo participar socialmente, poniendo lo mejor de sí al servicio de los demás?

Elizabeth Mosquera junto a la Hna. Zoila Cueto (derecha)

Elizabeth Mosquera junto a la Hna. Zoila Cueto (derecha)

Lo primero, después del saludo y del refrigerio, fue unirse a la minga programada para ese día. Recoger en el vivero del barrio tierra abonada para alimentar la siembra en el páramo tutelar. Ascender, partiendo del camino empedrado, para adentrarse entre helechos, barro y corrientes de agua pura a las alturas de la reserva forestal.

Dejado atrás el ruido de Bogotá, nuevas perspectivas de la ciudad pusieron ante los ojos de los jóvenes un contraste evidente: la destrucción que deja la explotación de arena y grava para construcción en Ciudad Bolívar, Soacha y Tunjuelito.

El centro de la jornada consistió en ayudar a Elizabeth y a sus compañeras a sembrar nuevos árboles y a regar con agua de la quebrada Yomasa lo ya plantado. “Vivimos al lado de la montaña y queremos vivir en armonía con el territorio; esa montaña es como nuestra vecina y a los vecinos hay que tratarlos bien”, fue la explicación que Elizabeth ofreció. “Para los mamos, la Sierra Nevada es sagrada; para nosotros la montaña tiene que ser sagrada; porque si nosotros no la respetamos, ¿a quién más podemos respetar”.

Apropiación del territorio y cuidado del agua. Participación social en beneficio comunitario. En palabras de Elizabeth: “uno tiene que agarrarse de los demás para poder sobrevivir, la vida es así”. Después del trabajo, nuevamente al fogón: un sancocho campesino clausuró la minga urbana.

Texto: Miguel Estupiñán Fotos:VNC

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