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Un intento de interpretación


El pecado original

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Título: El pecado original. Fe cristiana, mito y metafísica

Autor: Jean-Michel Maldamé

Editorial: San Esteban editorial, 2014

Ciudad: Salamanca

Páginas: 386


MARTÍN GELABERT BALLESTER | El concepto de pecado original es uno de los más discutidos y debatidos. Hay quien dice que es un tema superado. Sin embargo, en él están implicados asuntos teológicos y cuestiones de fe de primer orden: la Redención, la comprensión de Dios, la comprensión de los sacramentos, la comprensión del hombre.

El libro que presentamos es un estudio serio, de lo más serio que yo he leído, sobre esta cuestión. Jean-Michel Maldamé hace un recorrido por los mundos bíblicos, históricos, literarios, exegéticos, filosóficos, científicos y teológicos, ofreciendo una panorámica muy completa del tema.

El término pecado original no es bíblico. Fue san Agustín el que lo forjó, buscando responder a una cuestión que obsesiona a la humanidad: ¿cuál es el origen del mal? Agustín responde desde el presupuesto de que Dios es justo y de que todo sufrimiento no es atribuible a Dios, sino a una culpa del hombre. Pero sus análisis van más allá de lo que afirma la Escritura. Por eso, tras analizar la génesis del término en Agustín, Maldamé aborda el estudio bíblico de la cuestión. Hoy este estudio se beneficia de una serie de recursos que no estaban disponibles en tiempo de Agustín, ni en el de sus comentadores y sucesores. La Biblia utiliza dos nociones que la teología posterior y, sobre todo, los catecismos han identificado con el pecado original: pecado de Adán y pecado del mundo.

La noción teológica de pecado original y las bíblicas de pecado de Adán y pecado del mundo no pueden ya confundirse, so pena de embrollar la cuestión en vez de clarificarla. Se trata de tres expresiones que hablan de la relación entre “uno y todos”. Se trata de tres expresiones que es necesario distinguir, pues no forman parte unas de otras, aunque coinciden en expresar la realidad del pecado y la solidaridad de los seres humanos a lo largo de la historia.

La noción de pecado original hay que entenderla en sentido estricto. O sea, más allá de cualquier dato histórico o cronológico. De lo que estamos hablando es del origen del pecado, que es mucho más que el pecado del primer hombre. Expresa el origen del mal entendido como pecado. Este origen está en la ruptura de la Alianza del ser humano con Dios, en la pretensión de querer construirse a sí mismo sin Dios. Este origen se repite en cada ser humano, es la razón profunda de su ser pecador. La noción de pecado original revela, además, la grandeza del hombre, a saber, su libertad. Si el hombre tiene una dimensión de infinitud en el bien (a saber, su capacidad de alianza y relación con Dios), esta tiene como correlato necesario la posibilidad de apartarse de esta realidad fundamental y constituyente.

A la luz del amor de Dios

Por otra parte, el pecado original no es un asunto primero ni en sentido bíblico ni teológico. Lo primero es el amor de Dios, que ama incondicionalmente al ser humano y le llama a relacionarse con Él. Solo a la luz de este amor, revelado por Jesucristo, se entiende el corolario del pecado original, como la sombra que ayuda a comprender mejor la luz. Lo original es el amor.

La contextualización que realiza el autor le permite aclarar muchas cuestiones que siguen lastrando la teología de los manuales. Por ejemplo, la oposición que hace el Concilio de Trento entre la transmisión del pecado original por imitación y generación. A la luz de una antropología personalista, hoy no es posible oponer generación e imitación: la concepción de un niño no se reduce a mecanismos biológicos; el niño es fruto de un encuentro interpersonal; no es solo ni principalmente fruto de los genes, es más fruto del comportamiento de sus padres.

Repetir hoy lo que en el pasado fue comprensible, porque no disponían de los datos que hoy tenemos, solo puede conducir al desprestigio de la fe cristiana. Los concordismos (que ignoran los datos científicos sobre la creación por evolución), las lecturas fundamentalistas e historicistas, hoy resultan ridículos y no ayudan a entender la fe. Dígase lo mismo de una mala comprensión de la sexualidad (todavía en ambientes populares se relaciona pecado original con genitalidad; de ahí la desacertada confusión entre inmaculada concepción y virginidad de María), o de la muerte (presentada sin más explicaciones como resultado del pecado, cuando es algo natural; el pecado impide ver su posible sentido positivo de paso hacia Dios).

Abierto al diálogo

Puesto que el debate sobre el pecado original no ha permanecido encerrado en el ámbito dogmático, la reflexión cristiana ha de confrontarse con el pensamiento secularizado, tanto en el ámbito de la ciencia como en el de la filosofía o la antropología, y con el pensamiento anticristiano, preocupado también por elucidar la cuestión del origen del mal. De ahí el interés de los capítulos dedicados al diálogo con la biología y la teoría de la evolución, que dan informaciones incontestables sobre el origen de la humanidad. También es de sumo interés el recurso al psicoanálisis, cuando no es víctima de los postulados materialistas de Freud, para conocer la acción humana y sus motivaciones. Finalmente, las ciencias humanas nos permiten revalorizar el lenguaje simbólico (que no tiene nada de infantil) y la necesidad de la hermenéutica.

El libro termina con un capítulo eminentemente teológico, en el que se analiza el origen del mal moral, con acertados recursos a la teología de Tomás de Aquino. Lo que pretende el autor es reinterpretar, siguiendo la estela del Vaticano II, e incluso lo que hace el Catecismo, al reconocer que estamos ante un misterio que no podemos comprender plenamente.

La traducción es excelente. La presentación es muy buena. En suma, estamos ante un libro muy recomendable.

En el nº 2.921 de Vida Nueva

 

Actualizado
11/12/2014 | 15:02
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