El camino de la Pascua

La fiesta de la Pascua es la celebración más importante del año litúrgico. Para el pueblo de Dios del Antiguo Testamento, como para el nuevo pueblo que es la Iglesia, la Pascua recuerda y celebra el paso de Dios: paso de muerte a vida en la Resurrección de Cristo y paso de esclavitud a libertad para el pueblo de Israel.

En el capítulo 12 del libro del Éxodo encontramos el relato de la institución de la Pascua judía. Después de celebrarla, los israelitas atravesaron el mar Rojo e iniciaron la marcha de la libertad para llegar a la tierra prometida. Peregrinaron durante cuarenta años a través del desierto donde enfrentaron el hambre y la sed, sintieron la tentación de regresar a Egipto, se olvidaron de Dios y adoraron un becerro de oro.

Pero durante este mismo tiempo, Moisés organizó al pueblo, le entregó la Ley de Dios y alimentó en ellos la esperanza de llegar a la tierra de promisión convertidos en una gran nación.

El Pueblo de Dios que peregrina en Colombia está llamado a vivir esta dimensión de la Pascua, pasando de la esclavitud a la libertad y de la cultura de la muerte a la cultura de la vida.

Llevamos más de 60 años peregrinando por un desierto de violencia, extorsión, corrupción y muerte; no hay región del país donde no aparezcan indicadores de injusticia, violación de los derechos humanos, odio y sectarismo.

En su época, Jesús celebró la Pascua judía con sus discípulos. Y en el tercer año, cuando había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, subió a Jerusalén y celebró “la última Cena”, en la que instituyó la Nueva Alianza y promulgo el mandamiento nuevo de amarnos unos a otros como Él nos ha amado.

Jesús habla de la Pascua nueva y eterna. Y en verdad encontramos un elemento común en la fiesta judía y en la fiesta del mundo cristiano: en ambas se recuerda el paso de un elemento de muerte a un elemento de vida.

Por eso, todo en el cristianismo tiene un sentido pascual, en cuanto está ordenado a hacer pasar al discípulo del pecado a la gracia, de la ignorancia a la verdad, del odio al amor, de la venganza al perdón, de la guerra a la paz. En una palabra, a pasar de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios.

No será un camino fácil. Necesitaremos hombres como Moisés que sepan conducir y liderar los cambios que el país necesita en los campos de la justicia, de la educación, del respeto de los derechos humanos, del respeto de la ley.

Y sólo cuando hayamos superados los odios y el sectarismo, cuando se hayan silenciado los fusiles y hayamos superado la tentación de regresar a los viejos vicios, seremos un nuevo país y podremos vivir en paz.

Fabián Marulanda

Obispo emérito de Florencia

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