Editorial

Vida y esperanza en Japón y en Libia

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EDITORIAL VIDA NUEVA | El mundo mira estos días a Japón y Libia por razones bien diferentes. Se iba apagando el humo en Egipto, en Argelia y se levantaba tímidamente en Libia. El terremoto de Japón, con su humo tóxico, iba desplazando el problema mediterráneo. Rapidez de informaciones. Vértigo de titulares.

De nuevo, Libia. Tras la ofensiva de Muamar el Gadafi, ese país ocupa portadas después de que Naciones Unidas aprobara establecer una zona de exclusión aérea en él. Una medida que ha provocado un despliegue aéreo y marítimo de algunas potencias occidentales, con los consiguientes ataques a objetivos militares que han provocado que los leales a Gadafi detengan su marcha sobre Bengasi, la capital de los rebeldes.

En Japón, las informaciones se centran en la central nuclear de Fukushima y en el recuento de víctimas, lamentablemente, cada día mayor. La alerta nuclear prima en los medios occidentales frente a la desolación y la muerte que dejó, sobre todo, el maremoto. Hay aún mucho humo en las informaciones.

La situación ya ha cambiado. La semana pasada todo estaba perdido. Era difícil vislumbrar la esperanza. Japón estaba al borde de una catástrofe nuclear, situación que algún dirigente europeo calificó irresponsablemente de “apocalipsis”, mientras Gadafi recuperaba posiciones y preparaba el ataque final contra sus opositores. En cuestión de horas, la situación de la central japonesa mejoró y, dentro de la gravedad, se estabilizó. Se han dado pasos importantes para minimizar las consecuencias de un accidente así, aunque todavía habrá que esperar.

Mención especial merecen los ya conocidos como “héroes de Fukushima”, que permanecieron en la central cuando la situación era muy crítica. Fueron 50 en un principio, 50 trabajadores que arriesgaron y arriesgan su vida. 50 personas, profesionales, que no se marcharon y a los que, luego, se sumarían más efectivos. Alguien les comparaba erróneamente con los kamikazes japoneses de la Segunda Guerra Mundial.

Japoneses con ese carácter forjado por el sol y el acero del que habla Yukio Mishima. Y es que hay una diferencia fundamental, que entronca con la cuestión de la esperanza: el sacrificio de aquellos que permanecen en Fukushima siembra vida, protege la vida de sus conciudadanos. La templanza, serenidad, solidaridad… el civismo de los japoneses ante la muerte y la devastación que ha causado la catástrofe natural son valores y actitudes dignas de elogio. En España sorprende. Ya reconstruyeron un país tras la contienda mundial y volverán a hacerlo. Hay vida, hay esperanza.

La misma que brotó en Libia cuando la ONU se puso de acuerdo para pararle los pies a Gadafi, ese líder al que tanta alfombra se le puso en las cancillerías europeas. Las abstenciones de los países que mantenían algunas dudas sobre la intervención internacional –China, Rusia y Alemania, entre ellos– favoreció la aprobación de la resolución que amparaba la actuación militar para establecer una zona de exclusión aérea. Es importante ver también cómo se materializan esos ataques y qué consecuencias tienen en la población civil, para la que Benedicto XVI viene pidiendo protección insistentemente.

¿Es posible encontrar a Dios en esas situaciones? Abordamos esta pregunta y algunas respuestas en este número de Vida Nueva. Dios no abandona. Está presente en el dolor de las víctimas, en la entrega de los “héroes de Fukushima”, en la solidaridad internacional, en la lucha contra la muerte de inocentes, en el orden que se mantiene pese a la catástrofe… y en tantas y tantas cosas. Hay vida y esperanza.

En el nº 2.747 de Vida Nueva (del 26 de marzo al 1 de abril de 2011).

ESPECIAL JAPÓN Y LIBIA