El dilema de la energía nuclear

JOSÉ RAMÓN AMOR PAN, doctor en Teología Moral y especialista en Bioética | El terremoto y posterior maremoto que asolaron Japón han reabierto, si es que se había cerrado alguna vez, el debate acerca de la energía nuclear. Tras el accidente nuclear de Fukushima, cientos de voces se han alzado para clamar en contra del empleo de esta fuente de electricidad.

Incluso Angela Merkel se apresuró a dar marcha atrás a su popular decisión del pasado otoño de extender la vida de las centrales nucleares alemanas más viejas y anunció el cierre temporal de las siete plantas construidas antes de 1980. Durante una sesión ante el Parlamento, Merkel declaró la semana pasada que la tecnología nuclear es solamente una fuente transitoria de energía eléctrica y que el futuro corresponde a las energías renovables. El consejo de sabios para cuestiones medioambientales, un grupo de expertos independientes que asesora al Gobierno alemán, consideraba realista en un informe hecho público en enero, que en 2050 se produzca ya el 100 % de la electricidad con viento, sol, agua y biomasa. Para ello, dice, serán necesarias muchas subvenciones y enormes inversiones en infraestructura.

Nicolas Sarkozy, por su parte, declaró su propósito de no abandonar la energía nuclear. Recordemos que Francia es la segunda potencia nuclear mundial, por detrás de los Estados Unidos y por delante de Japón; obtiene el 76,2 % de su electricidad de sus 59 reactores, repartidos en 23 centrales.

Estados Unidos produce un quinto de toda su energía con sus 104 reactores. La previsión norteamericana es poner en funcionamiento otros 30, según datos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). “Nada es completamente seguro y nada es completamente peligroso”, afirmó el presidente Obama.

Las decisiones acertadas son las que se toman tras un serio proceso de reflexión y deliberación. Sin duda, el principio de precaución ha sido una de las más interesantes aportaciones de la Bioética. Decidir empujados por las emociones, los sentimientos y la óptica del corto plazo no es buena cosa. ¿Cómo compaginar la condena de las nucleares, el consumo desaforado de energía (y eso que dos tercios de la humanidad apenas consume, ese llamado Tercer Mundo) y la lucha contra el cambio climático? A este respecto, convendría volver a leer La venganza de La Tierra, de James Lovelock.

Jorge Riechmann acierta cuando escribe: “Se diría que los desarrollos éticos, sociales, económicos y políticos no han estado a la altura de los poderes de intervención que disciplinas tecnocientíficas como la química de síntesis, la física atómica, las ciencias de la computación, la biología molecular o las nanotecnologías vienen proporcionando a la humanidad. En cierto sentido, no estamos a la altura de nuestros propios productos: hemos creado un mundo objetual, una tecnosfera, que nos sobrepasa, y cuyos efectos últimos estamos muy lejos de dominar”.

Otro modelo de desarrollo y energético es posible, sin duda; pero, ¿estamos dispuestos a comprometernos con su desarrollo? Porque va a implicar importantes cambios en nuestro actual modo de vida.

En el nº 2.747 de Vida Nueva.

ESPECIAL JAPÓN

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