Está asumido en nuestra práctica cotidiana que el hambre es una calamidad silenciosa. Si bien hubo un tiempo en que el hambre escandalizaba, hoy este grito silencioso exige oídos para oír y corazón para escuchar. En multitud de ocasiones nos habrán dicho que el hambre es la consecuencia de que determinadas personas no tengan suficiente comida. Por ende, la consecuencia no es que no haya suficiente comida para los siete mil millones de habitantes del mundo. De hecho, las estadísticas indican que hay alimentos para todos, pero sigue habiendo hambre.
Ante un drama que sufren millones de personas, estamos llamados a detenernos, escuchar el grito de tantos hermanos nuestros y actuar en consecuencia para transformar esa dolorosa realidad.