Editorial

Los secuestradores de Dios

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Fue un abuso del Partido Conservador cuando puso a Dios entre sus activos exclusivos, en la primera mitad del siglo XX. Fue una especie de secuestro que resintieron los creyentes liberales, de repente enfrentados a la curiosa ficción de un Dios conservador. El otro secuestro lo hicieron los que, ante una catástrofe (inundaciones, incendios, terremotos, sequías), en gesto melodramático volvían el rostro y el puño contra el cielo, para increpar a un Dios cruel e indiferente frente al sufrimiento de los hombres. Así, culpando a Dios se eximían de responsabilidades como el cuidado de la naturaleza, la prevención de riesgos o el coraje para enfrentar sin disculpas la defensa del bien común. Echarle la culpa a Dios no sólo es invocarlo en vano, es falta de imaginación para buscar la verdadera causa de los males.

Pero hay otro secuestro de Dios hecho por gobernantes y políticos. Nuestra historia abunda en episodios como el de don Antonio Nariño cuando nombró generalísimo de su ejército a Jesús Nazareno, con su caña rota, su rostro ensangrentado y sus ojos de agonía. En este y en casos parecidos se generó el absurdo de que los adversarios, creyentes ellos también, fueran puestos en el bando contrario y obligados a combatir contra su propio Dios. Cuando los gobernantes echan mano del recurso Dios para ponerlo de su lado crean un absurdo parecido e incurren en un engaño contra la población. Lo sienten así los electores ante esas ostentosas profesiones de fe de los candidatos o ante esas cruces de ceniza en la frente de políticos oportunistas.

El último episodio de esa farsa corrió por cuenta del presidente venezolano que, ante el fracaso de su política económica, creyó infundirles confianza y aliento a sus compatriotas con un “Dios proveerá”, que en boca de hombres de Dios ha significado una profunda fe en la Providencia, pero que en este caso fue un burdo intento de trasladarle a Dios la responsabilidad de un fracaso gubernamental.