Editorial

La reforma vaticana no puede esperar

Compartir

EDITORIAL VIDA NUEVA | Es la hora de decidir. Dos años después de la renuncia de Benedicto XVI y la llegada de Francisco a la sede de Pedro, se perfilan las propuestas reales de cambio para la Curia. Tras meses de investigación y auditorías internas sobre el funcionamiento del engranaje vaticano, ahora toca definir el nuevo modelo ejecutivo de la Santa Sede.

A ello están llamados los purpurados que participan en el C-9 y en el consistorio al que se unen 20 nuevos miembros que internacionalizan aún más el colegio cardenalicio, una reunión que se convoca bajo el amparo del nuevo mártir Óscar Romero, reconocido en las vísperas de este encuentro, un anuncio más providencial que casual.

Francisco lidera el cambio, pero reducirlo únicamente a “la reforma de Francisco” sería cercenar el espíritu de un encargo común durante las Congregaciones del Cónclave de 2013. Entonces expresaron la necesidad de descentralizar y universalizar la Curia para evitar las luchas de poder y el carrerismo, así como de una transparencia en lo económico y administrativo para evitar nuevos Vatileaks. Este planteamiento pasa por rebajar las estructuras que convierten las instituciones en un lastre y no en un verdadero instrumento que esté al servicio del Pueblo de Dios.

Todas esas inquietudes se materializan hoy en propuestas que adelanta Vida Nueva y que no nacen de manos del Papa, sino de pastores de los cinco continentes que han estado trabajando, de la mano de especialistas en cada materia para primar la funcionalidad frente a la burocracia.

Esta reforma no mira a Roma, lo que inquieta a los viejos curiales y a quienes temen perder su silla, sino que más bien trae a la Santa Sede la experiencia de las Iglesias locales respondiendo a los signos de los tiempos. De ahí que una de las propuestas más firmes sea la creación de una Congregación dedicada a los laicos, que asuma las funciones de los pontificios consejos de Laicos, Familia y Operadores Sanitarios.

No menos llamativo es la intención de crear un Consejo de ministros que coordine el trabajo entre dicasterios o que se optimicen los recursos en el ámbito de los medios de comunicación. Esa búsqueda de la eficiencia sensata parece plantear, por otro lado, la necesidad de no unificar los diferentes organismos jurídicos para mantener la independencia de los tribunales.

Sea cual sea la fórmula que se concrete en cada caso, a estas alturas los cardenales cuentan con las coordenadas necesarias para tomar medidas que permitan que el pontificado de Francisco no solo sea el de la puesta en marcha de esta revolución interna del aparato, sino que también la digiera y permita que se asiente con el fin de evitar giros inesperados posteriores que sí pondrían en peligro la estabilidad de la institución.

Solo así se podrá dar con la fórmula magistral que frene en seco esas quince enfermedades curiales que el Papa denunció la pasada Navidad y que han causado ya algún que otro constipado en la Santa Sede. Solo así se garantizará que el cambio no lo propicie únicamente Francisco, sino que sea toda la Iglesia quien busque, quiera y necesite ponerse en forma para responder con fidelidad a su misión en medio del mundo.

En el nº 2.928 de Vida Nueva. Del 7 al 13 de febrero de 2015

 

LEA TAMBIÉN: