Editorial

La onda expansiva del ‘Sí, se puede’

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Se cumplen diez años del 15-M, una de las mayores movilizaciones populares que ha vivido la España democrática. Durante varias semanas, la Puerta del Sol de Madrid se convirtió en el epicentro de un deseo de regeneración política, económica y social frente al desencanto con las instituciones.



Abanderado por jóvenes de diferentes sensibilidades que se definían como “indignados”, sus reivindicaciones se escucharon dentro y fuera de nuestras fronteras. Lejos de quedarse en el lamento o el hartazgo, fraguaron propuestas de un cambio real desde la base, bajo el lema Sí, se puede. Allí también se escucharon voces de Iglesia, que empaparon de humanismo cristiano las cuestiones que se ponían sobre la mesa y ejercían de puente invisible en los diálogos.

Lamentablemente, aquel espíritu renovador que propició iniciativas nada desdeñables que parecían encauzarse a través de asambleas y círculos, se acabó difuminando. Esto no significa que lo vivido entonces cayera en saco roto. Es más, sería de un reduccionismo errado pensar que el único fruto fue la creación de Podemos, formación hoy fracturada en dos.

No cabe duda de que aquella onda expansiva supuso una reactivación del asociacionismo, promovió una conciencia cívica y ética en aras de la solidaridad, la defensa de un trabajo digno, la promoción de la dignidad de los más vulnerables, la inclusión de los colectivos marginados, la conversión ecológica…

Del 15-M salió una ciudadanía más exigente con quienes ostentan responsabilidades públicas. Tomaron nota para transformar algunas estructuras hacia una democracia más participativa y más transparente frente a la corrupción y los abusos de poder. En algunos casos, esos procesos de escucha sí se han materializado, como muestra el ingreso mínimo vital, la normativa antidesahucios, la mayor protección a los migrantes o los avances en igualdad de la mujer. Lamentablemente, otros desafíos siguen a la espera de respuesta.

Rupturas

Una década después, la actual polarización partidista disparada, que intoxica cualquier debate, también amenaza con provocar una ruptura entre la ciudadanía y los intereses electoralistas de los políticos, así como una fractura social entre iguales.

Como en el 15-M, esa capilaridad de la Iglesia, capaz de hacerse presente lo mismo en despachos donde se toman decisiones de Estado que a pie de calle en una asociación vecinal, resulta clave para cohesionar, vertebrar y dinamizar un país que no podrá superar la pandemia sanitaria, social y económica desde la división y los discursos de brocha gorda, sino desde la unidad en la pluralidad en la que prime el servicio al bien común.

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