“El cambio de las estructuras de esta sociedad globalizada compete a toda la Iglesia por mandato evangélico”

Francisco, con el expresidente de Uruguay, José Mujica, durante el III EMMP
EDITORIAL VIDA NUEVA | Con la Doctrina Social de la Iglesia bajo el brazo. Así se presentó Francisco en la clausura del III Encuentro Mundial de Movimientos Populares para defender, una vez más, los tres ejes que han vertebrado este foro: tierra, techo y trabajo. Con más beligerancia si cabe que en las anteriores citas de Roma y Bolivia, consciente de que la globalización de la indiferencia, la dictadura del dinero y la cultura del descarte avanzan sin dar tregua.
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No resulta sencillo que estas reivindicaciones del Papa sean asimiladas dentro y fuera de la Iglesia por las implicaciones sociopolíticas que conlleva. Él mismo es consciente de que este grito de justicia social lleva a que unos le etiqueten como comunista o populista y otros busquen apropiarse de su mensaje para avalar determinadas proclamas electoralistas.
Sin embargo, aunque este pontificado alce la voz para poner de relieve problemas económicos y sociales de la humanidad a la luz del Evangelio, ni Bergoglio es un actor político ni ha llevado a la Iglesia a caminos desconocidos. Se acumulan las encíclicas que promueven la dignidad del hombre a través de la defensa del bien común y la democracia, el destino universal de los bienes, los principios de solidaridad y subsidiariedad y la propiedad privada.
Francisco aterriza estos pilares a través de Evangelii gaudium y Laudato si’ en el contexto actual y da voz a quienes lo reivindican a pie de calle a través de estos encuentros nacidos bajo su abrigo. En la teología del pueblo en la que descansa el pensamiento de Bergoglio, seguir a Cristo no tiene sentido si no se encarna en la transformación del mundo para asemejarse al Reino de Dios.
De esta manera se rompe la tentación –siempre presente– de dicotomizar la oración y la acción. Se borra toda abstracción de la fe, de alejar el credo del mundo, para denunciar las escenas cotidianas en las que se traduce la economía de la exclusión: trabajos precarios, sueldos denigrantes, altas tasas de paro juvenil, corrupción de las autoridades, vejaciones al migrante, sobreexplotación de la creación…
Poner en primer plano a los movimientos populares se torna en medio para reivindicar el papel de los hombres y mujeres de a pie en el devenir de los acontecimientos de un país, de una sociedad.
Ante este panorama, la Doctrina Social urge a toda la Iglesia a exigir un cambio de estructuras para que el centro de esta sociedad globalizada no sea el dinero, sino el ser humano. Compete a todos los cristianos, no solo a unos pocos sensibilizados con lo social ni para calmar la conciencia, sino por mandato evangélico, por imperativo samaritano, por justicia social. Porque los últimos son los preferidos de Dios. Y, por lo tanto, prioridad para la Iglesia.
Publicado en el número 3.011 de Vida Nueva. Ver sumario