Editorial

Frente a la crisis, conversión personal

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EDITORIAL VIDA NUEVA | Volvemos en Vida Nueva a abordar el lacerante tema de la crisis económica, que no es solo económica, sino que ya está socavando los cimientos políticos de la democracia (como hemos visto en Grecia), erosionando gravemente la credibilidad de la clase política, sino que es, ante todo, una crisis de valores, anestesiados durante demasiado tiempo por un clima de feroz individualismo a todos los niveles.

Esto –que el Papa ya diagnosticó en la Caritas in veritate– es lo primero que la crisis nos revela en un dibujo que nos retrata a nosotros mismos, como personas y como sociedades.

Por eso volvemos a brindar a través del Pliego un cauce para la reflexión con opiniones que nos ayuden a entender sus causas y a afrontar con responsabilidad sus consecuencias. Porque las crisis –esta también– pueden ser una oportunidad para provocar los cambios y reajustes, personales y comunitarios, si se tiene la suficiente altura de miras.

Y en estos momentos, cuando se tambalean las vigas maestras del futuro delineadas con tanto esfuerzos en las últimas décadas, estamos muy necesitados de pautas para la reflexión, de comportamientos ejemplares en todos los órdenes que nos ayuden a encarar la solución.

La sociedad entera necesita de un aggiornamento moral, volver a recuperar las virtudes, palabra hoy en desuso. Más que tiempo para buscar culpables, se debería abrir uno para buscar y propiciar verdaderos líderes, exigiéndoles ser miembros destacados de una nueva cultura de la ejemplaridad cívica, hoy asfixiada por el arribismo y la corrupción.

Entre todos deberíamos levantar
un nuevo escenario con los valores compartidos,
éticos y morales, construyendo
más sociedad y conciencia civil,
propiciando espacios para la reflexión y el pensamiento.

También es tiempo para dar un giro a la jerarquía de valores dominantes, abonados durante años por el síndrome del dinero fácil y sin trabas morales para conseguirlo, lo que ha llevado a entender la plenitud de vida como la concatenación de logros materiales, arrumbando conceptos como la conciencia del deber, el gusto por el trabajo bien hecho, la austeridad, el autocontrol, la solidaridad (que hemos dejado en manos de beneméritas organizaciones con las que lavábamos nuestra conciencia), la organización…

Entre todos, y también es muy urgente ante la tentación de ser los primeros en subirnos a los botes salvavidas, deberíamos levantar un nuevo escenario con los valores compartidos, éticos y morales, construyendo más sociedad y conciencia civil, propiciando espacios para la reflexión y el pensamiento, recuperando el papel que tuvieron los intelectuales y que hoy, salvo honrosas excepciones, son espacios ocupados por la nada.

Es de justicia reconocer que, cuando la bonanza económica era la bandera que amparaba comportamientos poco ejemplares, había ya personas que transitaron ese período con toda decencia y criterio, desarrollando proyectos personales y colectivos orientados al bien común. Tal vez no tienen el relumbrón que otros han alcanzado sin merecimiento, pero todos conocemos casos de dignidad incorruptible.

Si miramos a nuestro reciente pasado, hay ejemplos de personas que supieron estar a la altura en horas complicadas. Todos ellos son la concreción práctica de que la conversión que demandan estos tiempos es posible. Y cada uno –y más desde la Iglesia– hemos de sentirnos interpelados.

En el nº 2.819 de Vida Nueva. Del 13 al 19 de octubre de 2012

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