La moralidad llama a la puerta
JOSÉ MANUEL CAAMAÑO, Universidad Pontificia Comillas de Madrid | Las condiciones de vida actuales, que condenan a la exclusión a tantos seres humanos, claman por un mundo mejor: un mundo donde primen las personas sobre las estructuras de la codicia y el egoísmo, y en el que los últimos también cuenten y sean escuchados. Porque ya no piden misericordia, sino simplemente justicia y humanidad.
Estas páginas quieren ser una invitación al necesario rearme moral y a asumir el compromiso que, desde nuestra propia responsabilidad, tenemos en la construcción de ese mundo mejor y más igualitario al que aspiramos.
Un canto de sirenas: democracia e injusticia
El siglo XXI ha amanecido calimoso. ¿Qué nos queda ya? ¿En quién confiar y depositar la decisión sobre el futuro de la sociedad? ¿Qué diría doña Estulticia al mundo en que vivimos? ¿Cuáles serían las palabras de esa necia e insensata erasmista si pudiera ver el panorama en el que nos encontramos?
Me gustaría pensar que la historia humana está hecha de luchas de valores, de controversias sobre aquello que es mejor para nuestras vidas y que, de alguna manera, todos nos comprometemos con alguna idea del bien y la verdad. Al menos, de esta forma la lucha tendría algún sentido y el esfuerzo no habría sido en vano.
Pero, al levantar la mirada y observar la realidad, parece que el pesimismo arrebata unos sueños que se vuelven prisioneros de la más triste desolación y quebrantamiento. Vemos con impotencia y vergüenza que la búsqueda de valores es un canto de sirenas, que la historia es en realidad una lucha de poder disfrazada de política, el colmo actual de la mentira y la frivolidad.
La historia necesita el testimonio esperanzado
de aquellos que tienen la osadía de
mirar la realidad de frente,
de abrirnos la mente y el corazón
ante la fractura que nosotros mismos provocamos.
Sí, corren malos tiempos para la conciencia y la moral, especialmente en un tiempo en el que lo más global, como ha puesto de manifiesto el prepósito general de la Compañía de Jesús, Adolfo Nicolás, reside en la “globalización de la superficialidad”, en la trivialidad de esas costumbres que constituyen ya la “cultura del espectáculo”.
Un testimonio esperanzado
Resulta difícil dar una palabra de aliento a quien tanto daño hemos hecho. ¿Cómo decirles que tienen nuestra solidaridad, que están presentes en nuestros pensamientos y que entendemos lo que les pasa? ¿Cómo hacerles ver que la Buena Nueva llega a ellos y que, pese a todo, están destinados a llegar entre los primeros?
Indudablemente, la fe y la salvación trascienden las condiciones negativas de nuestra frágil naturaleza. Pero tampoco podemos remitirlo todo perpetuamente a la justicia divina y a su promesa de vida eterna; bastante le hemos encomendado ya a lo largo de los siglos, bastantes pecados hemos dejado a su gratuita expiación. El problema es que, posiblemente, no lleguemos a entenderlos del todo, nos cuesta ponernos en su lugar cuando solo los vemos a través de los cristales o leemos su pesadilla en hojas de papel. Es difícil, pero es necesario.
La historia necesita profetas que no solo denuncien, sino, sobre todo, que actúen. Necesita el testimonio esperanzado de aquellos que tienen la osadía de mirar la realidad de frente, de abrirnos la mente y el corazón ante la fractura que nosotros mismos provocamos.
Pero necesita, sobre todo, de personas convencidas de que podemos avanzar, de que la historia no es el simple juego de las fuerzas inescrutables de la naturaleza humana ni el mero despliegue de un eterno retorno de lo mismo, de la eterna injusticia.
Necesitamos, en fin, de esa “imaginación prospectiva” de la que hablaba el papa Montini, del convencimiento radical de que existe una luz que está en nuestra mano y de que de todos depende una vida mejor para el conjunto de la humanidad.
El clamor de los excluidos, íntegro en PDF solo para suscriptores
En el nº 2.824 de Vida Nueva. Del 17 al 23 de noviembre de 2012
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