Editorial

Francisco en Hungría: política migratoria sin moralinas

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Del 28 al 30 de abril, Francisco se desplazó hasta Budapest, en su segundo viaje a Hungría después de una escala de unas horas en 2021 para clausurar el Congreso Eucarístico Internacional. En los tres días de peregrinación, además de alentar a los católicos –que representan aproximadamente la mitad de la población–, el Papa vertebró sus reflexiones en torno al desafío migratorio.



Y lo verbalizó teniendo como testigo directo al primer ministro húngaro, Viktor Orbán, que se ha volcado con el más de millón y medio de refugiados ucranianos que han atravesado la frontera en el último año, pero que continúa levantando todo tipo de muros para los demás extranjeros que proceden de realidades igualmente complejas.

De ahí la valentía de Jorge Mario Bergoglio, que no tenía al mandatario magiar como único destinatario de sus discursos, sino que buscaba llegar a los responsables de una Unión Europea que sigue sin ofrecer una respuesta realmente organizada y comprometida al desafío global de la movilidad humana. Y es que, si bien es cierto que Orbán no tiene filtros al presentar al migrante como amenaza y legislar desde esa perspectiva, otros países acaban adoptando de facto medidas con efectos letales similares, aunque de forma callada.

Una Europa amenazada

“Europa es fundamental. Representa la memoria de la humanidad y, por tanto, está llamada a desempeñar el rol que le corresponde: el de unir a los alejados, acoger a los pueblos en su seno y no dejar que nadie permanezca siempre como enemigo”, expuso el Papa como una hoja de ruta tan factible como diluida por otras preocupaciones que van de la mano con esta crisis humanitaria, como la guerra que asola al continente. Es el camino para recuperar esas bases fundacionales de una Europa amenazada, tal y como advirtió el Papa, por un “infantilismo bélico”, además de por “populismos autorreferenciales” y una “especie de supranacionalismo abstracto que no tiene en cuenta la vida de los pueblos”.

Precisamente la acogida de los exiliados ucranianos durante el último año, de forma masiva y en tiempo récord, ha puesto de manifiesto que, lejos de desestabilizar y empobrecer al país que recibe, supone una oportunidad para el enriquecimiento en todos los sentidos, tanto económico como social, y también espiritual, siempre y cuando se lleve a cabo desde una integración planificada.

Por eso, harían bien los líderes del Viejo Continente en abrir los oídos a la propuesta en política migratoria del papa Francisco, que huye tanto de moralinas como de miradas partidistas, para adentrarse en un modelo sostenible que pone en el centro a la persona y, por tanto, a los pueblos, al pueblo, como protagonista de su Historia.

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