Editorial

Dar la vida por la misión

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Octubre es el mes misionero por excelencia, con la mirada puesta en el Domund, el Domingo Mundial de las Misiones, que este año se celebra en torno al mandato de Jesús a los apóstoles: “Seréis mis testigos”. Este envío se presenta hoy como una invitación abierta a cualquier cristiano, a quien corresponde, desde un testimonio coherente, ser reflejo de la Alegría del Evangelio. O lo que es lo mismo, asumir la ingente y nada fácil tarea de contagiar la Buena Noticia sin necesidad de palabras.



Es la lección que llevan grabada a fuego los más de 10.000 misioneros españoles presentes en los cincos continentes, y que materializan con su consagración cotidiana a los más vulnerables, para quienes se convierten en el rostro misericordioso y la mano tendida del Padre. Una labor que solo es posible gracias al apoyo que reciben en forma de oración, pero también con una contribución económica que continúa siendo necesaria para sostenerles.

De modo particular, algunos de estos discípulos sin fronteras se ven abocados a llevar esta encomienda al extremo, porque las complejas realidades donde están inculturados estrujan al límite una vocación ad gentes que no entiende de condiciones. Hasta el punto de toparse cara a cara con la muerte. Ellos son los mártires de la misión, testigos que encarnan milimétricamente al Crucificado en contextos de guerra, terrorismo y persecución, que se la juegan por defender a fondo perdido las Bienaventuranzas de los empobrecidos, convirtiéndose sin pretenderlo en los protagonistas de la parábola del grano de trigo que, solo al caer en tierra y morir, da fruto en abundancia.

Renovada esperanza

Porque ninguno de esos asesinatos atroces, perpetrados contra quienes sacan la cara por los preferidos de Dios, son en vano ni caen en saco roto. El aparente final para ellos y el ilusorio fracaso de sus proyectos vejados se transforman, desde el Resucitado, en punto de partida para una renovada esperanza, una revolución del amor a la manera de una simiente profética de denuncia que sacude conciencias, desencadena movilizaciones en favor de la paz y dignidad de otros tantos, convierte a espectadores que contemplan la barbarie en constructores de Dios… Así, el odio desatado contra cualquier misionero, lejos de generar una espiral de venganza, abre las puertas a la fraternidad.

En un mundo harto de sermones doctrinales y alharacas políticas, el verdadero testigo es reconocido y reconocible por su autenticidad, es admirado y admirable por transparentar su pasión por Jesús de Nazaret. Una entrega sin límites, hasta dar la vida, tanto en lo pequeño y sencillo como en el abismo inesperado.

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