Editorial

Ante la situación del clero en España: dibujar otro mapa eclesial

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EDITORIAL VIDA NUEVA | En la Asamblea Plenaria de noviembre, los obispos analizarán la situación del clero en España. El estudio que se ha presentado en la reciente Comisión Permanente revela que la edad media de los sacerdotes españoles supera ya los 65 años. En algunas diócesis roza los 75. Este envejecimiento provocará que en cinco años haya regiones, no solo rurales, en las que no se pueda atender al Pueblo de Dios, al menos con los parámetros actuales.

La gravedad es tal que intervenir para achicar agua a corto plazo generaría consecuencias imposibles de asumir. De ahí la relevancia de una reflexión serena previa que pasa por una conversión pastoral a diferentes escalas.

Algunas experiencias en marcha apuntan intuiciones interesantes. Ahí es donde parece razonable una reorganización territorial de las diócesis a través de unidades pastorales. Esta optimización de estructuras solo fructificará si los sacerdotes dejan de trabajar en soledad. De nada sirven estas unidades si se toman como una mera suma de parroquias. Solo tienen sentido si se apuesta por el trabajo en equipos pastorales con religiosas y laicos.

Para ello, se requiere de una formación permanente y una confianza plena en estos agentes para que no solo presidan las celebraciones de la Palabra, sino que dinamicen codo con codo la vida de las comunidades. En la medida en que se extienda la conciencia eclesial de corresponsabilidad, unos no sentirán que se tira de ellos como parches ante la falta de vocaciones, los otros no verán cuestionada su autoridad, y la comunidad será activa y copartícipe.

Ante el envejecimiento del clero,
corresponde actuar con valentía,
generosidad y madurez. Pero, sobre todo,
contando con la voz y el sentir de los curas que
se dejan cada día la piel por el Evangelio.

Más peliaguda resulta abordar otra de las vías: la redistribución del clero. Aplicar el principio de solidaridad interterritorial podría revitalizar algunas zonas. Esto exige no solo una apertura en los obispados que cederían a sus sacerdotes, sino sensibilizar a los presbíteros para que no circunscriban su ministerio a su lugar de origen. De lo contrario, esta mirada misionera puede resultar tan contraproducente como lo han sido en algunos casos las importaciones de clero nativo. Imponer un trasvase correría el riesgo de caer en las tesis políticas del “café para todos” o del “sálvese quien pueda”.

Sea cual sea la hoja de ruta, atrincherarse en el victimismo, buscar culpables o retrasar las decisiones, aunque sean dolorosas, no hará sino acrecentar el problema. A cada obispo, cada provincia eclesiástica y a la Conferencia Episcopal les corresponde dar un paso hacia delante desde la valentía, la generosidad y la madurez. Pero, lo que es más importante: a todos corresponde dibujar este nuevo mapa eclesial contando con la voz y el sentir de los 19.000 curas todoterreno que se dejan la piel cada día por anunciar la Alegría del Evangelio.

Publicado en el número 3.006 de Vida Nueva. Ver sumario

 


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