¿Cuál paz?

Daquella-manera

Paz, perdón y reconciliación son las palabras o temas sobre los cuales más se escribe hoy en esta patria nuestra. En principio, está bien que así sea, si se trata, ante todo, de ese don de Dios que es la paz interior, porque la que prometen los políticos es algo muy diferente.

Ese don está íntimamente ligado con la autenticidad de la vida cristiana y la salud de la vida en sociedad y, por eso, en la historia de nuestros pueblos hay circunstancias o momentos en los cuales para que tenga sentido hablar de una paz estable, de reconciliación y perdón sincero, hay que exigir, como punto de partida, verdadero arrepentimiento, reparación por el dolor y el daño causado y propósito de la enmienda, y no propiamente por pecados veniales, sino por crímenes atroces.

El tema es mucho más delicado de lo que puedan pensar quienes hoy escriben y hablan acerca de la paz. Lo deslegitima y convierte en una mentira quien hace de él un arma de lucha política.

Fundamentarlo en sofismas, en ambigüedades y en verdades a medias, en pantomimas de justicia, lo que hace es profundizar la polarización de la opinión pública entre amigos y enemigos de una paz que se anuncia como fruto de una negociación. Es cuando surgen más interrogantes que respuestas, más dudas que certezas, las que el pueblo necesita para creer que de veras vivirá en paz. Hay quienes piensan que en Colombia la verdad está prohibida.

La gente del común, que no es tan ingenua como algunos suelen suponer, pregunta: ¿perdonar a quién?, ¿reconciliarnos con quién?, ¿para gozar de cuál paz? ¿Si el Gobierno actual firma un acuerdo con las FARC habrá paz estable en Colombia y prosperidad para todos?

Quien escribe esta nota no es predicador de odio y venganza ni enemigo de la paz, pero sí de la publicidad barata y amante decidido de la verdad. ¿Es cierto que en el centro de la negociación están las víctimas del conflicto armado?

¿La firma de ese acuerdo significará el fin del narcotráfico, de la extorsión, del secuestro, de la contaminación de nuestros ríos con mercurio y del tráfico de armas; y que habrá gran crecimiento de la economía; y que el ELN dejará de asesinar, de destruir y de secuestrar; y que las bacrim y el clan Úsuga y los Urabeños y demás bandas criminales van a convertirse en un grupo de oración?

¿Significará el fin de todas las formas modernas de esclavitud, de la trata de personas, de la violencia contra la mujer; ya no morirán más niños de hambre en el Chocó y en La Guajira, pues los políticos y los contratistas dejarán de robarse los dineros destinados a su alimentación y salud?

¿La anunciada paz limpiará a Colombia de la corrupción; ayudará a superar las muchas crisis que afectan hoy a nuestra patria, en particular la degradación moral y social en que hemos caído, para así poder hablar de un nuevo país?

Si los crímenes de lesa humanidad no se castigan como lo ordena la ley nacional y la internacional, sino que se premian, la negociación carece de legitimidad y de credibilidad. La anunciada paz será una nueva mentira política y engendro de nuevas violencias.

P. Carlos Marín

Presbítero

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