Carta urgente a los cristianos de Colombia

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Oración ecuménica convocada por DIPAZ, en la Plaza de Bolívar (Bogotá)

“Si un cristiano no cree, no practica y no celebra el perdón, no le queda nada más para creer, practicar o celebrar. Sin perdón no hay cristianismo”.

Para lograr la paz, Sudáfrica se inspiró en la cultura del Ubuntu (“en ti está parte de mi yo”); Ruanda, en el concepto de Gaçaça (o justicia restaurativa de los ancianos); e Irlanda, en la espiritualidad del Viernes Santo. En esta coyuntura difícil de nuestra patria, donde paradójicamente la búsqueda de la paz nos ha dividido, ¿cuál es la inspiración transformadora que pueda mover masivamente a todos los cristianos y cristianas de Colombia? En este país, 94% de la población está afiliada a organizaciones inspiradas en la fe cristiana y a todos, de una u otra forma –por religión o por cultura–, nos inspira el Evangelio de Jesús.

Desde ya debo dejar constancia de que conjuntamente con la propuesta que hago aquí abajo deben ir implementadas tareas para que los empobrecidos de Colombia tengan acceso a la salud, la educación, la tierra, la vivienda; al igual que a la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición de esta horrible noche de la violencia.

Todos los intérpretes están de acuerdo en afirmar que la pasión central de Jesús consistió en empoderar a las personas que venían a él con la inspiración poderosa del Reino de Dios, es decir, el Reino de la Misericordia. De hecho, cuando Jesús se hizo bautizar de Juan, la primera definición que este dio de aquel fue: cordero que quita los pecados del mundo.

Pablo resume toda la acción de Jesús afirmando que murió para el perdón de los pecados. Y, de hecho, como tarea principal, nos dejó el mandato de perdonar setenta veces siete; de perdonar lo imperdonable y ser como él: cordero que quita los pecados del mundo. Este es el corazón de la buena noticia. El resto poco importa. De ahí en adelante el perdón ha sido, es y será siempre la marca de calidad de los discípulos de Jesús. Es esta, sin lugar a dudas, la inspiración que más debe alumbrar nuestras mentes y nuestros corazones en esta pascua de la guerra a la paz, en esta coyuntura difícil de nuestra historia.

La palabra perdón tiene dos significados profundos. El primero: don. Quien entiende el significado de ser don ha entendido el insondable sentido de la existencia humana. Ser don es el ejercicio cotidiano de la bondad, de la generosidad, del cuidar, de la magnanimidad de corazón; es, en pocas palabras, la actitud heroica que nos invita a seguir en la superación de los conflictos Jesús, el Crucificado.

Este salto evolucionario es el reto más desafiante en la historia de Colombia. No darlo es quedar atrapados en el eterno retorno de la venganza, en donde no vence el don, sino la urgencia de acumular poder.

El segundo significado del perdón lo define el adverbio de movimiento per: ir hacia otra posición distinta de la rabia, del rencor y del deseo de eliminar al otro. Este es el ejercicio evolucionario de elevarse a las cimas de la compasión y de la misericordia, virtudes que caracterizan a las personas felices y exitosas.

Así, para los cristianos, la pregunta no es si debemos alinearnos por el SÍ o el por el NO con los acuerdos con las FARC. La gran pregunta que nos define como cristianos es si en esta coyuntura sabremos vivir nuestra vocación al perdón y a la compasión sin medida y sin reservas, como lo hizo ese maestro y guía llamado Jesús.

Urge reiterarlo: perdonar no es olvidar, es recordar con otros ojos; perdonar es comprender que la justicia repara a la víctima y restaura al ofensor; perdonar no es abrazarse con el ofensor, y menos negar el dolor que se siente; perdonar es la re-significación heroica que se hace de la ofensa para superar la víctima en que esta nos convierte, y, así, transformarnos en victoriosos. El perdón no cambia nuestro pasado, pero sí nuestro futuro; el perdón llena de serenidad y de salud.

El perdón es un ejercicio exquisito de democracia y de reconocimiento de la dignidad del ofensor, allí donde absurdamente se negó la dignidad de la víctima: contra la irracionalidad de la violencia es necesario ofrecer la irracionalidad del perdón. El perdón es la acción política más innovadora para reconstruir el contrato social roto por la violencia; es superar la sutil y perversa influencia de los empresarios de odios, que mediante economías de rabia-odio y aviesas estrategias de producción, distribución y consumo de la venganza, han sabido -por siglos- esclavizar el corazón y la mente de los colombianos.

Reconozco los valiosos esfuerzos por la paz que se realizan en Colombia desde las organizaciones basadas en la fe. Sin embargo: ¿Por qué somos tan silenciosos, a la hora de anunciar sin ambages la buena noticia del perdón y denunciar todo lo que lo destruye: la rabia, el rencor, los deseos de retaliación? ¿Por qué somos vergonzantes del perdón y faltos de fe en la fuerza poderosa que conlleva?

Es el perdón la inspiración vertebral del Evangelio de Jesús y de la fe de los cristianos, la expresión de la más refinada cultura política y ciudadana que deberá iluminar el nuevo acuerdo de paz que se avizora para el país. Perdón cultivado en el cuidado de la misericordia y la compasión, que nos permitirá gozar de paz estable. El perdón no habrá cambiado nuestro pasado pero sí nuestro porvenir. Seremos reconocidos en la historia como la nación que ejemplarizó, para el mundo, una propuesta heroica y civilizatoria de paz afianzada en el perdón.

Sin el perdón un cristiano no es cristiano. Queda solo sal que no sala y luz que no alumbra.

Leonel Narváez

Presidente de la Fundación para la Reconciliación

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