Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Una Iglesia para nosotras


Compartir

Este 8 de marzo se conmemora el Día Internacional de la Mujer que en los últimos años se ha vuelto un espacio de manifestación que agrupa a mujeres de todas latitudes, edades y nacionalidades. La protesta de las mujeres es en contra de las violencias y las múltiples expresiones del machismo contemporáneo que siguen perpetuándose en las instituciones, en las políticas públicas, en los sistemas de justicia.



En esta conmemoración, nuestra Iglesia tiene mucho que reconocer a las mujeres que se han ido abriendo paso desde el Concilio Vaticano II. Como mujeres en las últimas décadas empezamos a experimentar la interesante experiencia de “desconocer nuestro lugar en la sociedad”, relegadas tradicionalmente a ciertas funciones sociales, encontramos huecos para abrirnos paso a nuevas relaciones en el espacio laboral, político y el eclesiástico no es la excepción.

mujeres en parroquia

Somos quienes sostenemos mucho del trabajo pastoral. Más de la mitad de las fieles son mujeres. Somos nosotras con una participación constante en las actividades pastorales, empezando por la catequesis. Bien sabemos que en muchos momentos se ha discutido cómo las mujeres participan en la toma de decisiones. Reconocidas o no en nuestro aporte en la transmisión de la fe, como mujeres nos hemos abierto camino al  participar plenamente en la vida eclesial, familiar, cultural, social y económica, creando espacios y estructuras que nos hacen partícipes de la toma de decisiones.

Hay un largo tramo por recorrer para trabajar desde una Iglesia comunidad para que cada vez más y más mujeres se sientan apoyadas, hermanadas y reconfortadas. Bien lo dice el documento de Aparecida “en una época de marcado machismo, la práctica de Jesús fue decisiva para resignificar la dignidad de la mujer y su valor indiscutible: habló con ellas (Jn 4, 27), tuvo singular misericordia con las pecadoras (Lc 7, 36-50), las curó (Mc 5, 25-34), las reivindicó en su dignidad (Jn 8, 1-11), las eligió como primeras testigos de su resurrección (Mt 28, 9-10), e incorporó mujeres al grupo de personas que le eran más cercanas (Lc 8, 1-3)”.

En un momento de múltiples desigualdades y crisis, donde el ser mujer en muchos contextos resulta riesgoso y una desventaja para ser escuchadas, como Iglesia tenemos mucho que ofrecer. Por un lado, reconocer nuestra contribución indiscutible a la obra evangelizadora, y por otro ser una comunidad viva, acompañante de la realización de los derechos humanos de todas las mujeres, en especial de aquellas, quienes han sufrido violencia y claman justicia. Así seremos una Iglesia para nosotras.