Suicidios en el presbiterio


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Hubo un silencio de pasmo cuando se conoció la inesperada conclusión de las investigaciones de la fiscalía, sobre la muerte violenta de los sacerdotes Rafael Reátiga y Richard Piffano en enero de 2011.

Que los dos habían pagado 15 millones de pesos a dos delincuentes para que los asesinaran, parecía parte de un libreto truculento; que mantenían relaciones homosexuales entre los dos, y que uno frecuentaba bares gays, y que padecía sífilis y sida, parecía la repetición de escabrosas noticias con las que en los últimos años se ha abrumado a la Iglesia desde los medios de comunicación; lo del intento suicida en el cañón de Chicamocha y el pacto de los dos sacerdotes para buscar la muerte, son detalles de novela rosa que parecían imposibles en la realidad.
Después de la sorpresa producida por la escandalosa noticia, vinieron las reacciones. Previsibles y comprensibles las de los familiares y feligreses: no podía ser verdad. Ellos conservaban de estos sacerdotes la imagen de hombres buenos, dedicados a su quehacer pastoral.
Reflexivas y serenas, los del obispo y los sacerdotes que los conocían, aunque no disimularon la sorpresa y el dolor. Se dolían por estos jóvenes y por el dramático y oscuro fin de sus vidas; pero más que eso entristecía el pensamiento del tormento interior que debieron soportar antes de su muerte, desgarrados entre la conciencia de sus deberes, la certeza de sus debilidades y errores y la evidencia de la enfermedad vergonzosa y delatora.
Pero oyendo a este obispo y a estos viejos sacerdotes cuando reaccionaban frente al hecho escandaloso, se podía sentir, en primer lugar el sufrimiento del pastor que vela por su feligresía. Dolía la desgracia de estos sacerdotes, pero también el escándalo: ¿cuánto mal haría este hecho entre sus feligreses? ¿Tendrían ellos la madurez suficiente para entender? Antes, con el escándalo de la pederastia de sacerdotes, se había producido una deserción de feligreses, ¿ocurriría ahora?
Junto a estas consideraciones aparecía un hecho positivo: en vez del silencio calculado, o del intento apologético, fue perceptible una sincera y humilde aceptación del escandaloso suceso. Varios decenios atrás ocurrió en alguno de los seminarios del país el suicidio de un seminarista que se arrojó al vacío desde la terraza del edificio. Fueron patéticos, entonces, los esfuerzos para que el hecho no fuera conocido por la prensa. Mucho trecho se ha recorrido desde entonces, hasta las reacciones registradas en esta oportunidad.
La honesta aceptación del hecho ha permitido enfrentarlo con serenidad y espíritu constructivo, para plantear de nuevo el tema de la selección y formación de los seminaristas. La reducción del número de seminaristas no debe disminuir el vigor de esa selección. Y la formación deberá tener en cuenta el ambiente en que transcurre la vida de hoy, con una omnipresente y ubicua invitación al sexo. En esas condiciones el celibato requiere una fidelidad  cercana al heroísmo y una claridad completa sobre su condición de opción libre, no impuesta, y motivada en sólidas razones de amor a Dios y a la feligresía.
Hechos como este de los dos suicidas han puesto a prueba la fortaleza del sentido de pertenencia a la Iglesia. La han sentido suya los que ante el escándalo reaccionaron con dolor y con la madurez suficiente para reemplazar las recriminaciones y quejas por la pregunta:¿qué puede hacerse para que esto no se repita?
También ha estimulado el pensamiento de que la Iglesia no puede seguir reducida al sector clerical, ni este puede vivir como grupo cerrado sobre sí mismo. Una mayor compenetración con el laicado y de éste con sus pastores  hará a unos y a otros más fuertes.
La noticia del pacto suicida estalló cuando  la Conferencia Episcopal acababa de anunciar la adopción de normas severas para  tratar los casos de pederastia. Esas normas aplican las dolorosas experiencias del pasado reciente. Como ha sucedido durante su larga historia, la Iglesia ha aprendido de los errores y pecados de sus miembros. No es aventurado afirmar que ha  aprendido más de esos errores que de sus glorias. Los errores son hechos negativos que se vuelven aprendizajes cuando dan lugar a la pregunta: ¿cómo hacer para que esta situación no se repita? Es lo mejor que puede suceder después de este trágico episodio. VNC