José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Soy cometa


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Puestos a dejar volar la imaginación (precioso ejercicio que recupero de vez en cuando para que aflore mi alma de niño) prefiero ser un cometa a ser un dron. Estos son invasivos, controladores… pueden sobrevolar tu casa, jardín o un espacio público donde te encuentras tranquilamente. Manejados muchas veces con aviesas intenciones. Alguna vez pienso que podría derribarlo con un tirachinas como se hace de niños para evitar que moleste o incluso grabe imágenes.



Pero no. No soy un dron, que también es apetecible. Prefiero, entre los “artefactos voladores”, ser cometa. De colores. Más que amenazar, lo que hacen es volar, mezclando sus colores para destacar en medio de los múltiples pigmentos del cielo. Y con ellos hacer volar mis sueños. Vuelan para ser contemplados y no tanto para que su mirada me controle. Y si tuviera ojos seguro que desde la suavidad de su vuelo y el zigzagueo posible llevado por el viento, me miraría amablemente. Suavemente. Inocentemente. Al fin y al cabo hacer volar al cometa es –muchas veces– una cosa de niños que también se dejan arrastrar, conducir y llevar por el hilo que pende de ellos. Desde donde incluso puedo colgarme para que me zarandee el viento y suba y suba…

‘Soy cometa’

Tienen muchas formas, incluso de su hilo penden como unas pajaritas atadas de muchos colores, pájaros que revolotean a su alrededor. Y la tela o el papel con sus varillas de mimbre o junco, débiles torsos que soportan el peso y agarran el viento. Cruzadas. Las cometas tienen muchas formas que los convierten en cohetes espaciales, barcos o pájaros de variadas especies.

Estos días he repartido octavillas distintas de las electorales. Las he echado también –como las cometas– a volar en manos anónimas, unas indiferentes a la oferta y otras interesadas. Ofertas más trasversales y no cautivas por anzuelos egocéntricos y partidistas sino por invitaciones a tener en cuentan a los que menos cuentan.

Octavillas con muchos colores. Que pudieran llegar a aquellas ciudades sin lugares para el juego. Que también los hay. O donde a muchos niños se les niegan los tiempos y los espacios vitales y físicos adecuados para jugar. Participaba en la oferta llamada ‘Soy cometa’. Precioso, preciso y acertado nombre, que, desde Entreculturas y Amoverse, invita a acompañar familiar e individualmente –tirando del hilo– y a favorecer el vuelo a través del el desarrollo físico y emocional de cerca de 200 niños menores de edad.

Aún no conozco sus nombres. Pero podrán ser como Raúl en los basureros de Lima; Keita en un coche abandonado en Lubumbashi; Ibrahim en el puerto de Freetown; Joao en las calles de Luanda (Angola); Tafari en un mercado de Kampala (Uganda); Jaidev en la estación de trenes de Bangalore (India)… y así hasta más de 140 millones de niños y niñas que sobreviven rodeados de peligros en la calles, expuestos a la violencia y a los abusos y sin el calor de una familia ni un hogar.

“Si cuarenta mil niños sucumben diariamente
en el purgatorio del hambre y de la sed
si la tortura de los pobres cuerpos
envilece una a una a las almas
y si el poder se ufana de sus cuarentenas
o si los pobres de solemnidad
son cada vez menos solemnes y más pobres
ya es bastante grave
que un solo hombre
o una sola mujer
contemplen distraídos el horizonte neutro
pero en cambio es atroz
sencillamente atroz
si es la humanidad la que se encoge de hombros”. (Mario Benedetti)

Mejor será que los hilos de las cometas infantiles tiren de nuestros hombros encogidos. Tiren y estiren. Hasta ser uno agarrados a ellas. Soy niño. Soy cometa. Vuelo y sueño.