José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Salto a la verja


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Hemos terminado el mes de mayo. Mes de María para los católicos. Y en el Pentecostés de hace pocos días, nuevamente se produjo el salto a la verja. Me refiero ahora lógicamente al salto a la reja de la Virgen de El Rocío, la también llamada Blanca Paloma. El salto a la reja y la procesión son los momentos álgidos de la romería



Por defecto “casi profesional” me ha venido el recuerdo de otros saltos a la verja, la reja o a la valla. El de los emigrantes también “al borde del camino”, a la vera de muchos caminos como canta alguna canción rociera.

Seguro que, incluso en el salto a la verja del camarín de la Virgen se incorporarían migrantes, temporeros… gente variada de la movilidad humana. De hecho, en Huelva hay hermandades rocieras llamadas de los migrantes. Como debe ser. Que bien que se trabaja en esas tierras (¡soy testigo!) la dimensión de la religiosidad popular. La recibida y la entregada desde las dos orillas de los mares.

En los saltos a estas otras verjas, de púas y concertinas, bajo nuestras murallas, fuertemente armadas, hay grupos de personas de diferentes lugares que también se acercan con ansiedad y esfuerzo hacia algunas puertas entreabiertas de vez en cuando, donde le espera un nueva vida, más oportunidades y derechos que de los de allí de donde partieron. Son saltos “kilométricos” provenientes de lugares de largas distancias. Y que han venido recorriendo paso a paso. Pasos continuos de gigantes, no tanto por la medida de los mismos, sino muchas veces por la altura y envergadura moral de tantos hombres y mujeres que quieren acercarse, al menos, al “techo, tierra y trabajo”, como tantas veces ha repetido el Papa desde las reiteradas palabras a los movimientos populares a quienes se les niega en sus tierras de origen.

Fue en 2016. Y el Papa los llamaba las ‘3-T’: “Ese grito de ustedes que hago mío, (…) un proyecto-puente de los pueblos frente al proyecto-muro del dinero”. Ya en 2015 lo anunciaba de manera contundente: “Quisiera volver a unir mi voz a la de ustedes: tierra, techo y trabajo para todos nuestros hermanos y hermanos. Lo dije y lo repito: son derechos sagrados. Vale la pena luchar por ellos”.

Y que en 2014 lo vincula al deseo de lo que las madres quieren para sus hijos : “…un anhelo que debería estar al alcance de todos, pero hoy vemos con tristeza cada vez más lejos de la mayoría: tierra, techo y trabajo. Es extraño, pero si hablo de esto, para algunos resulta que el Papa es comunista. No se entiende que el amor a los pobres está al centro del Evangelio. Son derechos sagrados. Reclamar esto no es nada raro, es la Doctrina Social de la Iglesia”.

Saltar la verja del Rocío supone acercarse a los deseos de la Madre de Cristo, y portar su imagen a hombros supone asociarse al canto de liberación que grita el Magníficat.

Las otras verjas

En el camino rociero hay peregrinación religiosa. Y en los caminos de la movilidad humana hasta la verja de los muros (unos visibles y férreos y otros invisibles y sutiles pero muy duros) hay peregrinaciones humanas inmensas, kilométricas, que también en muchos casos son “bautizadas”. No tanto con el agua del río que se encuentra marcando el límite del territorio rociero, y donde cada año se produce el ritual del bautismo de los que llegan por primera vez en peregrinación a la ermita, sino que, en muchos casos son los dolores, las lágrimas y la sangre lo que rocía sus vidas.

Y todos, unos y otros quieren saltar la verja, las vallas, los muros. Porque todos llevan la esperanza que hace volar los sueños. Como vuelan los niños aupados por los padres alzándoles en una tradición, que se hereda de padres a hijos, pasados de mano en mano en distintos puntos del recorrido al paso de la Blanca Paloma para acercarlos, ponerlos junto a Ella agarrados a uno de los varales de las nuevas andas, sentarlos unos instantes a los pies de la Patrona o simplemente arrimarlos a la imagen para tocarle el manto.

María corre de prisa a visitar a Isabel su prima el último día de mayo. Así , de prisa, dejando papeles y palabras, salimos corriendo con tres amigos ante las vallas de Nador, en la frontera marroquí cuando les visité para coordinar en su momento acciones de encuentro entre las dos orillas. Aquella reunión se interrumpió inmediatamente. Muchos migrantes habían saltalo la verja. Y este salir de prisa era más necesario. Había que acudir en su ayuda.

Estaban heridos y golpeados a la vera del camino. Tras su salto a la verja.