Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

Para muestra, basta un botón


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Febrero de 2024. Huelgas y manifestaciones en varios países de Europa y por varios motivos. Una de ellas, en Nantes (Francia), donde los taxis, por razones que no vienen al caso ahora y aquí, privaron a los ciudadanos de su servicio.



Entre las personas perjudicadas, una anciana religiosa que debía ir al aeropuerto para tomar un avión de Nantes a Toulouse. ¿Razón del viaje? Donar un riñón para que se lo trasplantaran a su hermano. Por falta de taxis, no pudo llegar a tiempo al vuelo… y perdió el avión. Por falta de avión, iba a perderse el trasplante programado.

Pero ahí apareció un salvador. Munir, un taxista franco-marroquí, enterado de la situación, se ofrece para trasladar a la hermana desde Nantes a Toulouse en su vehículo… gratuitamente. Dicho y hecho. Son 585 kilómetros, unas seis horas de viaje. Dificultad resuelta, trasplante realizado, fin de la historia.

Es cierto que no es lícito pasar de la anécdota, del hecho puntual y concreto, a la categoría, a la afirmación general de un principio. Pero también es bien cierto que “para muestra, basta un botón”.

Pero no hay un solo botón; yo hago colección de brotes verdes, de signos del Reino, de hechos y situaciones que nos indican que el Reino de Dios no solo está próximo, sino que ya está en medio de vosotros y que crece entre nosotros. Sin mucho esfuerzo, y superando a veces mi pereza para poner por escrito lo que veo, descubro y me cuentan, ya estoy por los doscientos…pero ¡los hay a miles! Es cuestión solamente de tener ojos para verlos y oídos para escucharlos, porque haberlos, haylos.

Testigos y anunciadores

El hecho relatado al inicio es destacable en sí mismo, pero tiene más ‘punch’ porque se trata de un marroquí musulmán que ayuda a una monja cristiana francesa.

Como cristianos, debemos ser testigos y anunciadores de la alegría del Evangelio. No solo de las palabras y frases escritas en los cuatro evangelios, sino de la Buena Noticia viviente hoy y aquí, en las personas con quienes nos encontramos y vivimos cada día, y en los lugares que frecuentamos ordinariamente. ¡Ojalá que también en nosotros mismos y en nuestras relaciones personales!

No podemos ser pájaros de mal agüero ni profetas de catástrofes. El Espíritu Santo sigue vivo y actuante también en este tiempo nuestro. Es cuestión de dejarle espacio y colaborar con Él para que el Reino venga.

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