Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Más razones para hacer una caravana y actuar diferente


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Nos han llegado noticias de una nueva caravana migrante que procede de Centroamérica. Miles de personas decidieron dejar su casa en Honduras, El Salvador y Guatemala, principalmente, en una lucha que puede ser la de la sobrevivencia. Creo que no hace falta ni nacer ni vivir en un país del triángulo norte para entender la desesperación de miles de personas por salir. Esto ha sido un flujo migratorio constante desde las épocas de las guerras civiles en los años 80. Esas sociedades son ya trasnacionales, con un pie aquí y otro allá, pero siempre añorando el terruño, buscando el recuerdo, un referente. Pocas personas son las que no reciben remesas en Honduras, El Salvador o Guatemala. Todos tenemos un primo conocido que se ha ido para el norte, para Australia, Canadá, España o Europa.



La gente tiene poca esperanza en el triángulo norte, golpeados por la continua inestabilidad política y los escándalos de corrupción, cada día es una odisea lograr sortear la espiral de violencia, inseguridad y criminalidad. Todo se revuelve, al final todo coexiste. Se suele pensar que víctimas y victimarios; criminales y no criminales pueden separarse. La criminalidad tiene parentela y se extiende a todos los estratos sociales en diversas dimensiones, esto no es una batalla de buenos y malos. La criminalidad es un problema crónico y estructural que ha estado encabezado por los gobiernos de estos países. Hay entonces cultura de la legalidad endeble, el crimen es fácil y empieza con pequeños abusos que laceran la dignidad de las personas y se complejiza aún más con el engranaje que propician las redes criminales transnacionales. La violencia, la criminalidad, se alimentan de un marco común de valores, creencias y actitudes en suma, un marco cultural- simbólico. La gente reconfigura su identidad de sobreviviente, migrante, héroes, trabajadores de su país que les niega la posibilidad de vivir dignamente y sin miedo.

Por otra parte, hay una claro abandono del modelo económico y de desarrollo que otros países siguieron y que les llevó a consolidar estados de bienestar. El énfasis durante las últimas dos décadas ha estado puesto en el comercio y la postergación de políticas sociales que garanticen el derecho al desarrollo. Los niveles de gasto social en el triángulo norte son de los más bajos del continente, mientras que estos países pierden un porcentaje del PIB en asumir los gastos de la inseguridad y criminalidad. De igual forma, las remesas han sido el salvavidas para muchas familias. Buena parte de la población en estos países percibe hoy las remesas como la clave para satisfacer sus necesidades básicas o superfluas, mientras las burocracias estatales consideran a las remesas como el componente que da estabilidad macroeconómica. El estado ausente en la generación de políticas económicas enfocadas al crecimiento y al desarrollo, transfiere su responsabilidad a la diáspora.

Con las noticias de la nueva Caravana han empezado los debates y también las posiciones que abren los debates éticos ante el clamor de miles de personas queriendo avanzar las fronteras aún cuando esto implique una falta administrativa y desde la perspectiva soberana del Estado suponga un riesgo de seguridad nacional. El gran conflicto que se presenta para millones de personas que han decidido migrar es saber si esta decisión -más allá de ser un derecho- es la mejor,  es decir si esta decisión es buena. Es decir si eso bueno es bueno para cada persona o es bueno para todos. Este no es un conflicto de las personas migrantes exclusivamente. Del otro lado, quienes vemos pasar el fenómeno o hemos decidido vivirlo de cerca, nos preguntamos si eso es lo mejor para cada persona migrante, para su familia, para nosotros como colectivo. El filósofo Alasdair Macintyre en su última obra “Ética en los conflictos de la modernidad” se esfuerza en argumentar que hoy nuestra sociedad sufre las consecuencias de haber confundido lo bueno, con lo que se desea y en razón de esto, la persona se encuentra entre la disyuntiva de lo que es bueno y de lo que se desea. Cuando nos encontramos ante hechos como el de la caravana migrante, nuestro sentido de ética debe ser cuestionado y debemos ser llamados a actuar con mayor coherencia.

Y es que es bueno desear que todos puedan tener mejores oportunidades fuera o dentro de su país, pero si no contribuimos con coherencia a actuar diferente ante los problemas que afectan a otros, el deseo será sólo deseo, pero dificilmente llegará a ser lo bueno ni para cada persona ni para todos.