Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Lo que de eterno fotografió Olatz


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Hoy ha fallecido la joven periodista vasca Olatz Vázquez, de 27 años, quien ha ido compartiendo en redes su experiencia de enfermedad y muerte. Sean nuestras primeras palabras para expresar nuestro pesar a sus padres, pareja, familia y amigos por esta pérdida. Olatz fue describiendo con palabras y fotografías su proceso desde que recibió el diagnóstico en la consulta, junto con sus padres. Poco a poco ha ido compartiendo con los suyos y el mundo su enfermedad, su lucha y esperanza y el tiempo de final de su vida. Lo contó en televisiones, radio, periódicos, porque decidió vivirlo con tanta intensidad y amor como el resto de su vida. Nada más lejos de exhibicionismos, hay en su línea de tiempo y sus fotografías un testimonio profundísimo de lo humano.



Olatz hizo noticia de su historia para denunciar la carencia de diagnósticos precoces que estaba causando el colapso de la sanidad por el Covid-19, pero la historia que nos ha dejado va mucho más lejos, es sobre la vida, la muerte y el amor.

Son tantas cosas las que entraña, que cualquier comentario se queda corto, porque Olatz nos ha puesto ante el misterio de lo humano. Impresiona cómo fotografía su propio cuerpo en el proceso de delgadez y cómo conforme experimentaba el deterioro, ella sentía mayor compasión por su propio cuerpo, lo cuidaba hasta el último momento. El gran mensaje de Olatz es la compasión. Dijo: “Nunca me he sentido tan desconectada de mi cuerpo y a la vez nunca lo he querido tanto como ahora”. En una conmovedora fotografía adhirió flores a su cuerpo herido y escribió en el tuit: “He llenado mi cuerpo de flores para adornar este caos”.

Olatz Vázquez

Olatz eligió mirar de cara al cáncer y la muerte. No se escondió ni escondió su propio rostro y cuerpo a los demás. Estremece pensar que afirma que en ese estado está bella, que hay belleza en su cuerpo y gesto debilitados, y es cierto. Sigue siendo la chica preciosa de las noticias del Canal 4 y otros programas. Tras cortarse todo el pelo, decide salir de casa sin cubrirse. Cuenta así lo que le pasó: “Hoy he salido por primera vez a la calle sin taparme la cabeza. Una niña se me ha quedado mirando y su madre le ha dicho: ‘¿a que está guapísima?’. La verdad es que yo también me veo guapa. Pensaba que mi imagen sin pelo se me haría muy dura, pero me gusta esta nueva yo”. No es macabro, no es ilusorio, sino que rebosa belleza.

Precisamente una serie de fotos retrata cuando su pareja le ayuda a rasurar todo el pelo de su cabeza. Él está serio y concentrado en hacerlo con perfección. Ella va viendo caer el pelo. En la última foto, él besa su sien. Ella escribe:

“Mi compañero de batallas, mi escudo, mi fuerza. Siempre he pensado que una persona no necesita a otra para vivir, pero él me hace falta para sobrevivir”.

Olatz Vázquez

Todo su relato es un viaje de poco más de un año en el que la unión con los suyos fue haciéndose más y más densa, hasta fundirse en un abrazo en el que cuando se evanesció, quedó entrañada dentro de toda la vida de ellos. Efectivamente, no es cierto que no necesitemos a los demás para vivir, somos yo y somos cada uno de los nosotros de los que formamos parte, y toda la humanidad es en cada yo.

Olatz nos lega que nuestro propio cuerpo humano es palabra. Ella pronunciaba su cuerpo con fotografías, superpalabras que no hay letras que puedan agotar, son una fuente que no cesa de manar.

Me emociona la piedad que siente por cada cosa. Incluso cuando se puso a estudiar sobre cáncer –pensaba que “la mejor manera de vencer a alguien es conociéndolo”– se admira de cómo se forma y expande, es “una enfermedad de lo más inteligente”. Se admira todavía más del combate que su cuerpo está disputando contra tal enfermedad, dice agradecida: “Siento a mi cuerpo luchando contra un gigante”. Amar la vida hasta el extremo de asombrarse por toda vida, incluso esa que crece dentro de ti desordenadamente, hasta matarte de tanta vida que cobra de ti.

Escuchar a nuestro cuerpo

Hay una enorme enseñanza universal en la relación que Olatz establece con su cuerpo. Un día estaba treinta metros de su casa, pero el cansancio le impedía caminar, como tantas veces. Siente piedad por ese cuerpo que combatía por ella, en que combatía ella, que era ella combatiendo, como si fuera un caballo cansado sobre el que cabalga: “Pero he aprendido a escucharte: ayer necesitabas descansar, y no pasa nada”, le dice a su cuerpo. Escuchar a nuestro cuerpo, sentir lo que en él trasciende, la historia que cuenta nuestra piel y entrañas, tantas intimidades, tanto amor.

Publica algunos desnudos y en ellos resplandece algo que nunca puede morir entre nosotros. Conforme avanza la enfermedad, Olatz deja ver más eternidad en sus palabras y gestos. Son fotos que podrían parecernos duras, pero la dulzura y sinceridad nos extienden su mano de paz y la tomamos. Más de cincuenta mil seguidores reciben a diario sus mensajes e imágenes y ella no se siente atosigada ni desbordada, sino que su mirada es cada vez más grande y en cierto modo todos cabemos en ella. Ella siente todos los mensajes que recibe como un enorme abrazo.

Olatz transcribe en un tuit unos versos de una canción titulada ‘Todo lo que importa’, del grupo de rap sevillano SFDK:

“Nunca dejaré de ser un niño.

Hablo con Dios, vengo del simio.

Cumpliré con creces mi designio,

plantándole mis ovarios a la quimio”.

Fotografía la cronología de su llanto, varias imágenes en las que llora no ante el mundo, sino con el mundo. Cuanto más transparente se hace, más llena de humanidad el estado de enfermedad que la sociedad parece querer ocultar, hacer desaparecer. Es inadecuado estar enfermo. Es inadecuado morir, es algo que hay que esconder o hacer rápido.

Sigue el recorrido de su último año y ella fotografía sus senos descubiertos como autorretrato. No son las letras las que constituyen al ser humano, sino que el asombro reside en que hacemos que todo nuestro cuerpo, todas las cosas y lo más profundo del cosmos sea nuestro lenguaje. El ser humano ha recibido todo nuestro cuerpo no solo como carne, sino como palabra; recibimos todo el cosmos como palabra y nos gusta hablar convirtiendo la materia, los senos, las estrellas en palabras, respondiendo con el propio cosmos transformado. El trabajo es un modo de hablar el cosmos. Olatz y su pareja desnudos –ella pálida y de espaldas, él besando su cuello con ternura– aparece bajo un deseo: “Un sentido abrazo a las personas que acompañan”. En otro abrazo fotografiado días después escribe: “Gracias por enseñarme lo que es el amor más desinteresado, más puro y más real que existe. Tus abrazos son mi mayor medicina”. El hecho de abrazarnos desnudos es una palabra sin fin. Lo que hay de palabra en nuestro cuerpo no tiene tiempo.

Confía

Tras seis ciclos de quimioterapia, Olatz dice que aprendió a convivir con el miedo. En uno de los últimos tuits que logra publicar, antes de que se agravase la enfermedad, vemos escrito en el espejo empañado del baño: Confía. La caligrafía es preciosa, las letras pequeñas, como la vida de Olatz y la de cada uno de nosotros en el océano de todas las vidas humanas y todos los granos de maíz y todas las nubes que se forman y suspiran.

Muchas más cosas contó Olatz sobre la vida y la muerte en sus fotografías, palabras y entrevistas, pero supera este pequeño blog en Vida Nueva. Merecería que se hiciera una exposición con todas sus fotografías y tuits. En su cuenta de twitter @OlatzVazquez podéis encontrar íntegramente todo y al mirarlo despacio constituye una honda contemplación.

Confío en que llegue a Olatz mi profunda gratitud por su vida y por la enorme VIDA con mayúsculas que nos hace sentir en su tiempo de morir. En aquella foto de su cuerpo con flores siento que el ser humano tiene tanta vida que nunca cabrá en la muerte.