José Beltrán, director de Vida Nueva
Director de Vida Nueva

“Las caras, Juan, las caras”


Compartir

LUNES

Misa del Gallo. Las junioras camerunesas entonan el gloria. En latín escrupulosamente litúrgico. Pero con un ritmo africano que contagia la alegría propio de quien celebra un nacimiento por todo lo alto. El Nacimiento. Un Evangelio que se incultura. Cuando rematan, José María no lo puede evitar: “¡Menuda fiesta habrá en el cielo!”. Y en la capilla.



MIÉRCOLES

Se iba a lanzar a cuestionar ‘Fiducia supplicans’ en redes. En la línea de las otras mitras. Pero alguien le recomendó prudencia. Hizo caso. No se sabe si por convencimiento al releer el documento vaticano o como estrategia preelectoral de moderación. Mutismo solo aparente. “Las caras, Juan, las caras”.

DOMINGO

Desde que tengo uso de razón, hay un villancico fuera de los del circuito popular de ‘Spotify’ que emerge cuando uno menos se lo espera. Y suele coincidir cuando uno más lo necesita. Hoy es el canto de comunión. Lo escucho y hago mío, con mi correspondiente desafine vocal, como cuando lo aprendí en el colegio. “Está nevando y es de noche, el cielo no se puede ver…”. Y lo que sigue. Hasta el final. El último verso del estribillo me resitúa. “Tiene boca de clavel, ojos de rubí, manos para bendecir”. Unas manos que bendicen nunca pueden desafinar. Tampoco las voces que pidan esa bendición.

LUNES

Cuando Televisión Española dejó de confiarle las campanadas a Anne Igartiburu, se acabó el recuerdo para los misioneros españoles. Pueden seguir sentados hasta las uvas del año que viene. O del siguiente.

MARTES

Menú y café compartido con Manolo Garrido. Dicen que la ELA no da tregua alguna a quien atrapa. Pero él parece haberle ganado algo de terreno en estas semanas. Mejor movilidad que hace un mes. Porque lleva a rajatabla las instrucciones de su médico, su enfermera y su fisio, lo mismo con los antioxidantes que con los ejercicios de movilidad. Y la oración, que no cabe desdeñarla. Manolo es quien no da tregua a la ELA. Y a pesar del correspondiente descoloque de que irrumpa un fastidio de tal calibre nada más jubilarte, Manolo no pierde la serenidad, esa cultura del cuidado del otro, siempre por encima de la herida propia. Reflejo de quien, como periodista, nunca tiró de guadaña, aun cuando pintaran bastos. “El rostro amable de la Iglesia”. Su empeño de comunicador es su ADN vital.

Lea más: