Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

La glaciación de la natalidad


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La pandemia ha agudizado la tendencia al descenso de la natalidad que ya venía avanzando hasta convertirse en negativa en países como España. Es una característica principal de la conocida como segunda transición demográfica, acompañada de otros rasgos como la postergación de la edad de los padres para tener a su primer hijo, la monoparentalidad o el fenómeno del hijo único. La expresión “glaciación de la natalidad” no considera que tener hijos atraviese por una mera estación transitoria, sino que el fenómeno va mucho más allá de un temporal invierno demográfico.



El número de hijos ideal que expresa la gente se acerca a dos, lo cual hace posible la experiencia de fraternidad y sostiene la sociedad, más cuando aparecen pirámides poblaciones demasiado envejecidas. En la reducción del número de hijos y el aumento de personas sin hijos, influyen muchos factores, con menor o mayor peso estructural. El coronavirus agudiza una estructura demográfica de mínima natalidad que ya se había instalado en Occidente y avanzaba en el resto del mundo.


Una primera lectura explica la baja natalidad por las condiciones laborales precarias que tienen los trabajadores, lo cual reduce la capacidad de las parejas para hacer previsiones estables sobre su futuro. Eso impacta negativamente sobre la decisión de tener hijos y se posterga hasta una edad en la que el número de hijos queda más limitado. La crisis económica de 2008, seguida de la pandemia cuando esta estaba superándose, ha retrasado los deseos de las parejas para constituirse como familia propia.

Hay también evidencia científica que muestra que ser madre se sanciona negativamente en el trabajo, como también tiene un impacto negativo aquel padre que dedique mayor atención a sus hijos. Además, la desigualdad parental en el cuidado de familiares agudiza el perjuicio para las mujeres. Esas desventajas salariales y profesionales para la carrera laboral de las mujeres y de quienes ejerzan como padres son otra parte importante de la explicación de la baja natalidad.

familia padre madre con bebé

Sin embargo, ni siquiera ambas situaciones juntas explican la opción por la reducción de la natalidad. Tampoco influye determinantemente que los Estados hagan campañas fomentando tener hijos o bonifiquen económicamente mediante subvenciones o medidas fiscales.

La glaciación de la natalidad se corresponde con el periodo de mayor individualización de toda la historia y su causa principal es dicho individualismo y la transformación de los modos de vinculación con los otros.

Fortaleza y sostenibilidad

En la natalidad influye el deseo de formar una comunidad en la que la filiación y la fraternidad de los hijos tenga un papel esencial en el proyecto de vida. Sin duda la biparentalidad y la ayuda familiar extensa –abuelos, tíos, primos, etc.– influye en la fortaleza y sostenibilidad de dicha comunidad. También tiene ascendencia la conexión que uno sienta con la sociedad en su conjunto y las generaciones futuras, es decir, con la sostenibilidad de la vida humana. La idea de entrega de la persona a la humanidad y a los demás tiene un carácter central en la natalidad.

Lo que la civilización está haciendo avanzar es una idea privatizada de la pareja y la familia y, por tanto, la invisibilización de los vínculos y cuidados como hecho social público. Es público si el cuidado o el vínculo es un contrato, pero no si es una alianza familiar que existe desde el origen de la humanidad. Es una glaciación principalmente porque la natalidad es resultado de una cultura individualista en la que no se propicia la dimensión comunitaria.

Hay muchas medidas políticas que pueden superar a medio plazo la glaciación de la natalidad, y todas comienzan por el reconocimiento público de la pareja y la familia como sujeto social, la primera comunidad de la sociedad civil.