Jose Fernando Juan
Profesor del Colegio Amorós

Juego de Tronos y la democracia que provoca risas


Compartir

El último capítulo de Juego de Tronos ha dejado huérfanos de serie a millones de personas por todo el mundo. Su espectáculo y desenlace se ha visto por todo Occidente. Jóvenes y mayores han seguido sus batallas y guerras desde hace una década. Y, ya al final, una escena memorable y de rabiosa actualidad: la asamblea riéndose a carcajadas, después de un segundo de silencio, de la democracia.

Nuestros tiempos tienen mucho de esto. Ya antes del libro de Stephane Hessel y de los análisis sobre emociones políticas que ha publicado en diversas ocasiones M. Nussbaum. Mucho antes de esos movimientos que fueron llenando las calles de asambleas improvisadas, dialogando como siempre se ha hecho en los bares. Ya antes, la democracia estaba herida y su herida no diagnosticada empeoraba siguiendo su curso. En silencio, a la vista de todos, rasgaba sus entrañas.

La debilidad de la democracia resulta patente. Es un sistema débil, necesitado de ciudadanos capaces de vivir según sus fuertes verdades. No se trata de votar, sino de ejercerla. Y su fundamento es tan precario como el imprescindible descubrimiento de unos asuntos, no meramente individuales, que requieren su trato en común, dialogando para descubrir la verdad, sosteniéndolos con el firme compromiso con la justicia, es decir con el otro.

Cersei, Juego de Tronos

El lema de la Ilustración ha pasado a la historia fragmentado y secuenciado. El conflicto entre la libertad y la igualdad permanece hiriendo y confundiendo por la ausencia de la bisagra que les hace ir de la mano: la fraternidad. El individualismo, como herida y la justificación de todo por vía del relativismo, ha socavado el único suelo en el que puede sostenerse. La democracia se convierte de este modo en una forma de defensa de uno mismo y nada más, que busca ‘salvar el culo’ en los tiempos de crisis y no comprende el destino común de los ciudadanos de una misma comunidad.

Es para pensarlo y pensarlo seriamente. ¿De verdad provoca risas? ¿No escuchamos la necesidad de restituir su dignidad y defenderla?