Inclusión y exclusión en ‘Fratelli tutti’ [Sorelle tutte]


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No podía faltar este blog a la cita mundial para comentar la encíclica última del papa Francisco, ‘Fratelli Tutti’. No podía faltar a la cita, aunque medios y redes sociales estén a reventar de comentarios que en el curso de la última semana he tenido oportunidad de leer, además del texto de la encíclica que devoré entusiasmada, devotamente, conmovida. A las muchas páginas y todas estupendas, escritas por plumas autorizadas, uno mi lectura con “mirada de mujer” que percibe lo que desde otras miradas puede pasar desapercibido.



Lo cual no significa crítica o cuestionamiento al documento que tan hermosa y consistentemente propone la fraternidad / [sororidad] y la amistad social a lo largo de sus ocho capítulos. ¡Ni más faltaba! Y mi intención es poder leer la encíclica con mis nietos y mis nietas, repasar la parábola del buen samaritano como propuesta política y social, subrayar la invitación del evangelio a acercarse al que está al borde del camino y espera que nos acerquemos en su ayuda, pero también a reconocer la presencia de Cristo en quien está esperando nuestra solidaridad, detenerme en los sabios comentarios de Francisco sobre el amor verdadero y la mejor política. Lo que pasa es que no puedo pasar por alto que, posiblemente por aquello de las trampas del lenguaje, las mujeres no nos vemos. Resultamos invisibilizadas. Somos ignoradas.

Una intervención editorial para no sentirnos invisibilizadas e ignoradas

Empezando por el título de la encíclica, Fratelli tutti, que está formado por un sustantivo y un adjetivo masculinos. Por eso, como no puedo evitar leer la encíclica con “mirada de mujer”, le hice lo que en el mundo editorial se llama una intervención editorial, agregando [Sorelle tutte], entre corchetes, para que las mujeres no quedáramos invisibilizadas. Aunque en el primer renglón de la encíclica Francisco enmienda la omisión y precisa en lenguaje incluyente que me permito resaltar: “‘Fratelli tutti’, escribía san Francisco de Asís para dirigirse a ‘todos los hermanos y las hermanas’, y proponerles una forma de vida con sabor a Evangelio” (FT 1).

Y la misma dificultad tropieza el tema central de la encíclica: “la fraternidad y la amistad social”, porque fraternidad viene del latín frater, que significa hermano. Masculino. El femenino de hermano, en español, es hermana. Pero en latín es soror. Por eso, desde la “mirada de mujer”, las mujeres resultan excluidas de la fraternidad. Las mujeres, como hermanas, formamos sororidad. Entonces, para no sentirnos ignoradas, hace falta otra pequeña intervención editorial para el tema central y también entre corchetes: “la fraternidad / [sororidad] y la amistad social”. Algo que Francisco parece tener en cuenta, porque considera su encíclica un “aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad / [sororidad] y de amistad social que no se quede en las palabras” (FT 6).

El lenguaje incluyente de la encíclica

En varias oportunidades el documento recurre al lenguaje incluyente que visibiliza y no ignora a las mujeres porque las menciona. Lo hace en el primer renglón, cuando aclara que Fratelli tutti eran, para  Francisco de Asís, “todos los hermanos y las hermanas” (FT 1), al afirmar que “todos los seres humanos somos hermanos y hermanas” (FT 128) o al denunciar que “haya hermanos y hermanas que mueran de hambre o de sed o sin un techo o sin acceso al cuidado de su salud” (FT 189). Como también recurre al lenguaje incluyente al referirse, en general, a “hombres y mujeres”, por ejemplo, “que trabajan para proporcionar servicios esenciales y seguridad” (FT 54), “que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de la exclusión, sino que se hacen prójimos” (FT 67), o que “la ternura es el camino que han recorrido los hombres y las mujeres más valientes y fuertes” (FT 194). Asimismo, cuando repasa el sufrimiento de la humanidad y menciona la esclavitud “de niños, hombres y mujeres” (FT 24); cuando invita a cuidar “la fragilidad de cada hombre, de cada mujer, de cada niño y de cada anciano, con la actitud de proximidad del buen samaritano” (FT 79); cuando señala que “la auténtica vida política […] se renueva con la convicción de que cada mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y espirituales” (FT 196); o cuando recuerda el desafío del evangelio “a luchar por la dignidad de todo hombre y toda mujer” (FT 277).

Una celebración en una iglesia de Hilversum, en Holanda EFE/EPA/JEROEN JUMELET

La encíclica visibiliza claramente a las “mujeres forzadas a abortar” (FT 24), también al hablar del “dolor de las mujeres víctimas de violencia y de abusos” (FT 227) y en la invitación a prestar atención “a las mujeres que perdieron sus hijos” como consecuencia de la guerra (FT 261). Sobre todo visibiliza y no ignora a las mujeres en el reconocimiento que en dos oportunidades hace de sus derechos.

La primera, cuando al referirse a “la realidad que vivimos” denuncia que “la organización de las sociedades en todo el mundo todavía está lejos de reflejar con claridad que las mujeres tienen exactamente la misma dignidad e idénticos derechos que los varones”. A continuación, insiste, subraya, hace notar, que “se afirma algo con las palabras, pero las decisiones y la realidad gritan otro mensaje” y cierra con una cita contundente de Evangelii gaudium: Es un hecho que ‘doblemente pobres son las mujeres que sufren situaciones de exclusión, maltrato y violencia, porque frecuentemente se encuentran con menores posibilidades de defender sus derechos’[EG 212]” (FT 23). Desde la “mirada de mujer” me pregunto si se cuenta entre las formas de organización de una sociedad el Código de Derecho Canónico y si entre las situaciones de exclusión que rechaza Evangelii gaudium, ¿se cuenta la exclusión las mujeres de la ordenación?

La segunda, cuando al repasar derechos sin fronteras que “brotan” de la dignidad humana, afirma categóricamente: “Es inaceptable que alguien tenga menos derechos por ser mujer e igualmente inaceptable que el lugar de nacimiento o de residencia determine menores posibilidades de vida digna y de desarrollo” (FT 127). Inaceptable, es la palabra, para calificar que “alguien tenga menos derechos por ser mujer”, quizá porque la crítica se hace de puertas para afuera de la Iglesia. Pero si se hace de puertas para dentro, y desde la “mirada de mujer”, ¿no se podría considerar igualmente inaceptable que por el hecho de ser mujer, las mujeres tengan menos derechos que los hombres en la Iglesia?

También entre líneas asoman las mujeres

Entre líneas, pero también con nombre propio, asoman las mujeres en la bellísima lectura que hace el papa Francisco de los gestos del samaritano de la parábola, gestos que interpreta como iniciativas para “rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión”, porque “no podemos dejar que nadie quede a un costado de la vida” y haciendo notar que “la inclusión o la exclusión de la persona que sufre al costado del camino define todos los proyectos económicos, políticos, sociales y religiosos” (FT 67-69).

Y formula unas preguntas que, se me ocurre desde la “mirada de mujer”, podrían formularse las hombres de Iglesia asustados ante la presencia de mujeres que reclaman sus derechos: “¿Qué reacción podría provocar hoy esa narración, en un mundo donde aparecen constantemente, y crecen, grupos sociales que se aferran a una identidad que los separa del resto? ¿Cómo puede conmover a quienes tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y autorreferencial?” (FT 102). Yo me pregunto, con la encíclica, qué pensarán los hombres de Iglesia que “se aferran a una identidad que los separa del resto y tienden a organizarse de tal manera que se impida toda presencia extraña que pueda perturbar esa identidad y esa organización autoprotectora y autorreferencial”.

Y asoman las mujeres en cada párrafo que habla de exclusión aunque no se las nombre. Asoman cuando la encíclica menciona “ese torrente de energía moral que surge de la incorporación de los excluidos en la construcción del destino común” y de superar políticas sociales “hacia los pobres pero nunca con los pobres”. ¿Qué tal si se lee esta propuesta como posibilidad de superar la costumbre que tienen los hombres de Iglesia de hablarles a las mujeres, de hablar de las mujeres, y, más bien, hablar de las mujeres?

La petición del Papa para la oración de la Iglesia en el mes de octubre

El Papa pide que en octubre los cristianos recen por los laicos, sobre todo por las mujeres que tengan cargos de responsabilidad en la Iglesia. Recuerda que “a ninguno lo bautizaron cura u obispo”, que los “laicos y laicas son protagonistas de la Iglesia”, y que “hoy, es especialmente necesario ampliar los espacios con presencia relevante femenina en la Iglesia”. Para llevarlo a cabo pide no “caer en los clericalismos que anulan el carisma laical”.

A ninguno lo bautizaron cura u obispo. A todos nosotros nos bautizaron como laicos. Laicos y laicas son protagonistas de la Iglesia. Hoy, es especialmente necesario ampliar los espacios con presencia relevante femenina en la Iglesia. Y con presencia laical se entiende, pero subrayando lo femenino porque las mujeres suelen ser dejadas de lado. 

Hemos de promover la integración de las mujeres en los lugares donde se toman las decisiones importantes. Recemos para que en virtud del bautismo los fieles laicos, y las mujeres en una manera especial, participen más en instancias de responsabilidad en la Iglesia, sin caer en los clericalismos que anulan el carisma laical.