Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Eufemismos eclesiales


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Mis conocimientos de filosofía son bastante más limitados de lo que desearía. Siempre le echo la culpa a que mi mentalidad es más cercana a la hebrea, que no entiende de términos abstractos, pero reconozco que esta es otra de las disciplinas de las que me gustaría aprender más de lo que sé. Con todo, entre los libros que tengo a medias ahora mismo se encuentra ‘Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal’ de Hannah Arendt. Esta pensadora judía del siglo pasado escribió esta obra a partir del juicio que se hizo a Adolf Eichmann en 1961. Él era un teniente coronel de la SS y responsable de organizar la deportación y exterminio de los judíos durante el régimen nazi.



Suavizar el lenguaje

Entre lo que me está llamando la atención de esta lectura, me quedo con la descripción que se hace de los giros lingüísticos que se emplearon entre los nazis para referirse al asesinato sistemático de judíos. Entre ellos se referían a esta cuestión hablando de “solución final”, de “tratamiento especial”, de “reasentamiento”, de “trabajo en el Este” o de “solución radical”. De esta manera, daba la sensación de que se trataba de algo menos grave y se hacía más “llevadero” eso de organizar una matanza. Este tema me recuerda la dificultad que solemos tener, especialmente en el ámbito eclesial, para llamar a las cosas por su nombre. Tendemos a suavizar nuestro lenguaje cuando la realidad no se ajusta a lo que quisiéramos vivir, y, así, toman el protagonismo todo tipo de eufemismos y de lenguaje políticamente correcto.

Está claro que nosotros no estamos hablando de organizar un holocausto, pero cuando optamos, consciente o inconscientemente, por no hablar con claridad estamos incapacitándonos para abordar esa realidad en toda su complejidad. Jesús, cuando se enfrenta a los espíritus que tenían maltratado a aquel hombre en Gerasa, lo primero que le pregunta es por su nombre (Mc 5,9). Saber que se trata de “Legión” le permite expulsarlo y liberar a aquella persona. Del mismo modo, también nosotros necesitamos saber a qué nos enfrentamos y reconocer la verdad de cuanto acontece sin esconderlo bajo giros lingüísticos. Solo entonces podremos abordarlo con decisión y liberarnos del dominio de lo innombrado. Pero ¿tendremos valor para llamar a cada cosa por su nombre?