Dejen en paz a la sanidad concertada


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La actual ministra de sanidad se descuelga con unas declaraciones amenazantes hacia la sanidad pública de gestión privada. Hay quien maldice y contamina todo lo que toca, y este es un buen ejemplo, porque aspira a estropear lo que funciona.



El sistema sanitario público –sea de gestión pública o privada– tiene tantos y tan variados problemas, amén de tantas virtudes, que llama la atención que se quiera modificar un modelo de eficacia contrastada y demostrable. ¿Los motivos? Puramente ideológicos, apoyado en eslóganes que de hueros y desgastados harían reír, si no augurasen males venideros.

Ineficacia

Cuando existía el antiguo INSALUD, unas decenas de funcionarios cualificados gestionaban la práctica totalidad de la asistencia sanitaria en España, tanto la primaria como la hospitalaria. Ahora, son decenas de miles en 17 sistemas sanitarios, y los indicadores no han mejorado; con mayor probabilidad, algunos indicadores clínicos han podido empeorar. La gestión privada de centros de titularidad pública, aun no estando exenta de defectos y errores, en general mejora no pocos de estos indicadores y se ha demostrado rentable en la mayoría de estudios realizados.

Desconfíen de quien quiera arreglar problemas complejos con recetas simples. Desconfíen de quien ignore las bolsas de ineficiencia de los hospitales públicos y de quien vociferó cuando en la anterior crisis se intentaron racionalizar no pocos servicios y centros en la autonomía en la que trabajaba. Del mismo modo, desconfíen de la enfermera que tuerza el gesto cuando se le pide que haga un sencillo electrocardiograma o una extracción de sangre un rato antes de acabar su turno, o fuera de programación. O de la secretaria que refunfuñe si tiene que hacer una gestión inesperada. O del médico a quien le piden por favor que visite a alguien no programado y se niega o se molesta por ello.

Médico general

En clave teológica

En clave teológica, estas personas que claman por la “salvación” de la sanidad pública me evocan aquellos judíos que se justificaban diciendo: “Templo de Yahvé, templo de Yahvé, tempo de Yahvé es este”. A ellos reprendió Jeremías, porque confiaban en palabras de mentira (con la mentira no se puede dialogar), hurtaban (eran dados a la corrupción), violaban el derecho entre el hombre y su prójimo (promulgaban leyes injustas) y adoraban a otros dioses (cometían el pecado de idolatría que cité en una entrada anterior), creyendo que la invocación del templo les autorizaba todas sus abominaciones.

A estos fariseos actuales se les llena la boca hablando de un sistema sanitario público cuyos problemas y disfunciones reales desconocen o nunca intentaron arreglar, y que les ha servido para medrar y figurar. Pues bien, a estos que decían que querían mejorar el mundo y lo han empeorado, no hay que escucharles ni creer sus palabras ni sus eslóganes.

Recen por los enfermos, por quienes les cuidamos, por nuestro país y por nuestro mundo.