¿Cómo trabajar por la paz social?


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Una simple mirada al mundo que nos rodea hoy nos muestra un panorama triste de guerras, conflictos, enfermedades, destrucción desmedida del ambiente y más hambre. Si bien vemos también importantes avances tecnológicos, estos no persiguen romper este espiral destructivo sino que, en muchos casos, aumentan la brecha de las desigualdades sociales, la pobreza, la exclusión de millones de personas y exacerban el individualismo y la división.



Un mundo así, los católicos no podemos voltear para otro lado ni refugiarnos en la esfera de lo privado y dar la espalda a tanto sufrimiento, destrucción y desintegración social. ¡Es necesario actuar! Actuar tanto en lo privado como en lo público para contribuir a lograr una mayor cohesión e integración de la humanidad y que podamos alcanzar una convivencia fraterna y de paz.

El papa Francisco ha insistido a lo largo de todo su magisterio en la necesidad de una conversión personal que nos transforme y podamos llevar una forma de vida con sabor a Evangelio. Inspirado en el Santo de Asís, quien dio testimonio de amor fraterno, sencillez y alegría, el Papa Francisco escribió para el mundo las Encíclicas Laudato Si y Fratelli Tutti sobre la fraternidad y la amistad social tan necesarias para devolver la paz social al mundo de hoy. ‘Fratelli tutti’ es una encíclica “social” por excelencia como el Papa mismo la define y va dirigida a toda la humanidad, creyente o no creyente. El mensaje de Jesús es para “todos”. Creo que el mundo anhela la paz, la convivencia pacífica tenga o no conciencia y temor de Dios.

Trabajar por la paz social: La labor de artesano en la construcción de un mundo mejor

Es universalmente aceptado que hombres y mujeres pertenecemos a una sola familia humana. Quienes creemos en Dios partimos del hecho de reconocernos como hermanos porque somos hijos de un solo Creador. Estamos todos en la misma barca y, por tanto, necesitados de tomar conciencia de que en un mundo globalizado e interconectado solo podemos salvarnos juntos (un motivo inspirador citado varias veces en la Encíclica es el Documento sobre la Fraternidad humana firmado por Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar en febrero de 2019). Una sola humanidad, un solo destino y la pandemia acaba de corroborar esto. No hay fronteras cuando se trata de una enfermedad como esta y los efectos perniciosos para la salud se sintieron igual en todos los rincones del mundo.

Trabajar por la paz social implica una labor de artesano. Requiere convicción, constancia y compromiso para así dar pasos firmes en la construcción de una nueva cultura del encuentro con los otros sobre la base de la fraternidad y la amistad social entre los seres humanos que son las bases o pilares fundacionales para construir un mundo mejor, más justo y pacífico, con el compromiso de todos: pueblos e instituciones. De esta manera, estaremos enfrentando y aportando soluciones concretas para parar la guerra, el conflicto y los efectos negativos de la globalización que incrementan muertes innecesarias, el sufrimiento, la indiferencia, la soledad y la exclusión de millones de seres humanos.

Construyendo una sociedad fraterna: la misión de todos

La misión que Jesús nos encomendó, y que también es misión de toda la humanidad, es amarnos los unos a los otros como Dios nos ha amado. El amor es el mandamiento supremo de la Iglesia: “Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios” (1Jn 4,16).

¿Cuáles son los caminos que debemos recorrer para construir un mundo más humano, justo y fraterno en la vida social, en las relaciones cotidianas y en la política y sus instituciones?

Estamos llamados a convertirnos en artesanos de fraternidad y paz social. Debemos construir una nueva cultura del encuentro basada en la amistad social y la fraternidad. Como señaló el Papa, tomando el ejemplo de San Francisco, no se trata de imponer doctrinas a través de la guerra dialéctica, sino de comunicar el amor de Dios y ser padres fecundos que despierten el sueño de una sociedad fraterna (FT. 2-4). En el ámbito político, debemos impulsar el auténtico desarrollo de los pueblos y la cohesión de las sociedades y las personas, promoviendo un bien común más amplio que incluya a quienes están excluidos y marginados de las decisiones y sin oportunidades de progreso personal y familiar.

Debemos propiciar una cultura del encuentro con los más necesitados. Esto no implica simplemente dar dádivas esporádicas o realizar actos de caridad puntuales con grupos de personas, sino promover comportamientos, formas de vida y acción socio-política que respeten la dignidad y libertad de las personas por encima de todo y los ayuden a superarse.

El Papa nos advierte en ‘Fratelli tutti’ que palabras como democracia, libertad, justicia o unidad “han sido tergiversadas y manipuladas para servir como instrumentos de dominación, como etiquetas vacías” aplicables a cualquier acción si no tenemos en cuenta nuestra responsabilidad de contribuir a la plena realización de todo ser humano, propiciar su crecimiento y sus aspiraciones, respetando su dignidad, libertad e identidad propia. Se trata de actuar en política con “responsabilidad” como guía en las decisiones y en la utilización de los recursos hacia la realización plena de todos los seres humanos, su crecimiento y aspiraciones, basados en su dignidad e identidad.

No debemos olvidar que hoy la amistad social y la cultura del encuentro son los fundamentos básicos para avanzar hacia una sociedad fraterna, no violenta e inclusiva, y para impulsar un verdadero desarrollo. Promover fraternidad no es fácil. No se trata solo de palabras bonitas, sino de realizar actos y hechos concretos en nuestra vida diaria y también en la política. Promover fraternidad es poner la política al servicio del bien común y no al servicio de intereses meramente económicos o de otra índole relacionada con el poder.

La política debe estar al servicio de todos y especialmente de los más necesitados. Esto implica poner a los seres humanos como sujetos de dignidad en el centro de la acción política y asegurarles el trabajo que les permita el desarrollo de sus capacidades y el progreso personal y familiar. Todo ser humano cuenta, no hay descartados ni descartables. Todos y cada uno tienen igual valor. Necesitamos una acción política alejada de populismos alienantes que esclavizan, y absolutamente comprometida con el respeto a los derechos humanos fundamentales, eliminando de una vez por todas el hambre, el tráfico y la manipulación de personas como si fueran objetos.

Promover la fraternidad en la esfera privada implica promover y fortalecer la familia, que es un don preciado que Dios nos dio. Quienes tienen una familia no están solos, saben que las dificultades -incluso las más graves- son más fáciles de superar y aunque la persona se haya buscado esas dificultades, los demás acuden en su auxilio, le apoyan y comparten su dolor. En la familia se aprende a ser solidario con los más vulnerables, como los abuelos, los niños y los enfermos. En una familia ideal, todos contribuyen a un proyecto común, trabajando por el bien de todos sin anular a ninguno sino más bien promoviendo la realización de cada uno de sus miembros. Esa es la verdadera fraternidad que contribuye a crear una cultura del encuentro y la amistad social, lo cual al final se traduce en paz. Estamos llamados a formar hogares de armonía, alegría, encuentro y felicidad. También estamos llamados a contribuir a enfrentar y plantear soluciones a los problemas y vulnerabilidades de muchas familias frágiles y sufrientes que están muy alejadas del ideal de paz y felicidad que acabamos de describir.

La importancia de la fraternidad y la paz en la familia y la sociedad

Promover la fraternidad en el hogar es un trabajo compartido de los padres para educar desde muy temprano a los hijos y hacerlos crecer en aptitudes para el diálogo, la solución pacífica de conflictos, enseñarles a compartir y ser responsables con los otros. Que los niños aprendan a acercarse, expresarse sin miedo, escucharse atentamente, conocerse y comprenderse, buscar puntos de contacto, se resume en enseñarles a dialogar. Hoy en día, no se dialoga en los hogares y los celulares, equipos electrónicos y la virtualidad exacerban el individualismo y el aislamiento social.

La amistad social antes de vivirla en nuestra comunidad, hemos de vivirla dentro de nuestra propia familia. La pandemia nos mostró situaciones lamentables de personas en absoluta soledad, abandono y carentes de afecto y amor. Estas personas no tenían familia, estaban solas y morían muchas veces abandonadas en hospitales o en casas sin afecto ni cuidados. En síntesis, la pandemia nos mostró el feo rostro de la desaparición de la familia para millones de personas.

En conclusión, estamos llamados todos a convertirnos en artesanos de paz por medio de la construcción de fraternidad y amistad social en todos los ámbitos. Un mundo más justo se logra promoviendo la paz, que no es solo la ausencia de guerra sino una verdadera obra “artesanal” que nos implica a todos. Ligadas a la verdad, la paz y la reconciliación deben ser “proactivas”, apuntando a la justicia a través del diálogo, en nombre del desarrollo recíproco. La guerra es la “negación de todos los derechos” y no es concebible ni siquiera en una hipotética forma “justa”, porque todo armamento, incluyendo las armas nucleares, químicas y biológicas tienen nefastas repercusiones en las vidas civiles inocentes y traen la muerte del mundo tal como lo conocemos.


Por Virginia Rivero Lozada. Miembro del Consejo Directivo y Editora de la Revista “La Voz de las Mujeres” de la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC/WUCWO) y Miembro de la Academia Latinoamericana de Líderes Católicos.