Flor María Ramírez
Licenciada en Relaciones Internacionales por el Colegio de México

Calor y aire, un par de síntomas


Compartir

Eran finales de los años 90´s cuando leí el libro “Ecología: grito de la tierra, grito de los pobres” de Leonardo Boff, y en verdad me parecía catastrófico el “grito de la tierra” y cómo se relacionaba con la crisis de paradigma que debería implicarnos replantear hasta nuestra ecología mental. En realidad creo que aún no lograba entender mucho de su análisis. Aún así me inspiraba para formular mis discursos de oratoria en torno a la ecología y el medio ambiente con los que buscábamos sensibilizar a toda una generación.



Décadas después, estamos viviendo las altas temperaturas y los cambios bruscos de clima que han ido sintiéndose desde hace un par de años de manera mucho más latente. Es que justo los días de calor extremo por año arriba de 50º C, se han duplicado desde 1980, según un estudio de la BBC. De forma más insistente en México apenas iniciada la primavera, la temperatura superó los 40 grados en más de 19 entidades. De acuerdo con el Servicio Meteorológico Nacional (SMN), se atribuye al sistema anticiclónico que generó una onda de calor en el país la cual a la vez trajo, como consecuencia, temperaturas elevadas en por lo menos 19 estados. Más allá del alza de temperaturas, indirectamente vinculado al cambio climático, lo cierto es que este golpe de calor y las reiteradas contingencias ambientales que se presenten en el Valle de México, son un par de síntomas que nos llevan a pensar a más grande escala.

Foto: Flor María Ramírez

El deshielo de los glaciares incide en la subida global del nivel del mar o la liberación de grandes columnas de metano representan solamente algunas consecuencias dramáticas para el planeta y para la vida humana. Estamos viviendo de forma latente los gases del efecto invernadero que afectan la atmosfera y la calidad del aire. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), grupo científico convocado por las Naciones Unidas para monitorear y evaluar toda la ciencia global relacionada con el cambio climático, ha documentado en el último informe que las emisiones de gases de efecto invernadero siguen aumentando y los planes actuales para abordar el cambio climático no son lo suficientemente ambiciosos para limitar el calentamiento a 1,5 °C por encima de los niveles preindustriales, un umbral que los científicos consideran necesario para evitar impactos aún más catastróficos.

En un contexto abrumador para nuestro bienestar y casa común, resulta una señal contundente que el  sistema lineal de nuestra economía (extracción, fabricación, utilización y eliminación) ha alcanzado sus límites. La temperatura y la contaminación son apenas dos ejemplos tangibles del deterioro progresivo y silencioso de los bienes comunes. Esa es la gran paradoja, cuando hablamos de administrar esos bienes comunes como los bosques, los mantos acuíferos, la fauna y la flora, que por un lado nos proporcionan beneficios pero por otro nos eximen de responsabilidades. Mientras comunidades enteras están comprometidas en su cuidado y conservación, buena parte de la ciudadanía por sus patrones de consumo y estilos de vida genera retrocesos.

Hoy más que nunca comprendo esa referencia de Laudato Si’: “no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza” (Laudato Si’, 139). El cambio de paradigma del que hablaba Boff tiene que ver con nuestra forma de mirar y actuar en relación a nuestra propia naturaleza, apartarnos de una forma de proceder “ego” para operar desde una visión “eco”.