Rosa Ruiz
Teóloga y psicóloga

Agradecer: una cuestión de vista


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El 11 de enero se celebra el Día mundial del agradecimiento. No he logrado encontrar la razón de celebrarlo este día, pero en lo que sí hay total acuerdo es en los beneficios que conlleva agradecer, una actitud muy relacionada con la salud mental, la satisfacción vital, la autoestima y el sentido.



Al parecer las personas más agradecidas se sienten más felices, tienen más esperanza, son más resilientes y afrontan mejor las crisis. Quizá por eso también alcanzan niveles más alto de rendimiento laboral. Incluso algunos estudios constatan que, a mayor agradecimiento, mayor capacidad de compasión con otros y mejores cotas de descanso y fortaleza inmunológica.

Me atrevo a decir que es difícil saber bien si fue antes el huevo o la gallina, pero la relación parece clara. Y, sin embargo, a pesar de saber lo beneficioso que es, no pocas veces nos cuesta la vida.

Miopía y cataratas

No sé dónde está la clave para movilizar nuestra capacidad de agradecimiento, sobre todo cuando no vemos motivos para ello. Pero creo que se trata de una especie de mal de visión. Es decir, sufrimos cierta miopía o cataratas:

  • Miopía: no vemos bien de lejos, solo vemos claro lo inmediato, lo que tenemos en nuestra nariz. Y hay momentos en la vida en que necesitamos abrir el foco, ir más allá de lo que nos ocurre aquí y ahora.
  • Cataratas: algo nos impide ver con claridad, todo lo vemos difuso, descolorido, sin brillo. No distinguimos bien lo que realmente hay porque nos abruma un exceso de oscuridad o nos deslumbra la luz.

El agradecimiento es un colirio vital. Por eso a veces hay que ayudarse y forzar la acción de gracias. A veces nos brota espontáneamente y otras hay que dedicar espacios y tiempos para buscar y nombrar motivos. Más aún: para decirlo en voz alta, especialmente a otras personas y a uno mismo.

Quizá, en el fondo, sentirnos más o menos abiertos al agradecimiento, no habla tanto de nosotros mismos cuanto de lo conscientes que somos de estar en deuda con la vida. Solo creyendo que nada valioso proviene de mis propias fuerzas y que nada se me “debe” obligatoriamente, nos situaremos en la vida con agradecimiento, conscientes de cuanto recibimos de la vida y de los demás. Más aún: quizá sea el mejor antídoto contra la desesperación y la rabia cuando perdemos bienes, personas, relaciones… Nunca fue nuestro. Solo nos encontramos, nos regalamos mutuamente. Y tan debido era encontrarlo como ahora perderlo. Sí, lo sé: es más fácil escribirlo que vivirlo. Pero si somos capaces de agradecer también cuando perdemos fuerzas, edad, reconocimiento, amor, compañía, inteligencia…. entonces quizá estemos dando el primer paso para crecer en esperanza y sentido.

Aquella conocida frase de Einstein: “Hay dos maneras de vivir la vida: una como si nada fuese un milagro y otra como si todo fuera un milagro”. Y no hay milagro reconocido (bien visto) que no comience con un “gracias”.