Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Acompasar el ritmo


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Creo ser de las pocas personas que no ha pasado por Santiago de Compostela en algún momento de estos meses de verano. No se trata de falta de ganas, sino de tiempo, por más que ya no me veo haciendo el camino de Santiago como quizá hubiera deseado en otro momento de mi vida, y menos con grupos masivos de jóvenes aprovechando el ‘Año Xacobeo’. Con todo, me han llegado bastantes ecos dispares de gente conocida sobre sus propias experiencias en esta peregrinación. Una amiga me compartió cómo había tenido una fractura en un tendón del pie, no tanto por caminar mucho sino por hacerlo a un ritmo que no era el suyo, pues forzó el paso para ir más lento de lo que le resulta natural, lo que me resulta bastante simbólico.  



Un camino por delante

Nuestra existencia también es un camino que hacemos con otros y una de las causas habituales de conflicto tiene que ver con los ritmos personales con los que cada cual se maneja en la vida. Esto no es grave cuando, como sucede por las rutas de los peregrinos, nos encontrarnos con otros y, llegado un momento, nos permitimos separarnos y avanzar cada uno a su propia velocidad. Eso sí, la cuestión gana en complejidad cuando hacemos opción por no ser llaneros solitarios y recorrer la senda en comunidad. En esta situación, como evidencia la lesión de mi amiga, resulta tan malo pretender acelerar el paso y avanzar más rápido de lo que se puede como aminorarlo y retrasar forzadamente seguir hacia delante.  

Llevamos mucho tiempo hablando de sinodalidad y recordándonos como Iglesia que somos llamados a caminar juntos, que es a lo que se refiere el término en cuestión. Se supone que pretendemos renovar la convicción de que lo nuestro no es tropezarnos sin más unos con otros tras las huellas de Jesús, como los peregrinos que se encuentran, se saludan y siguen como si nada. Adecuar la velocidad del paso para que nadie se rompa por el camino es todo un acto de sabiduría que puede fallar tanto por defecto como por exceso.  

Igual se trata de regresar a esa experiencia fundante de Israel, que anduvieron dando vueltas por el desierto durante más años de los deseados, pero con la capacidad de reconocer, no solo los aprendizajes de ese tiempo, sino también que era el mismo Dios el que caminaba delante y no se separaba de ellos (Ex 13,21-22). Quizá también nosotros, fijos los ojos en Jesucristo (Heb 12,2), aprendamos a acompasar nuestro ritmo al del Señor y a acompañar así las pausadas pisadas de los demás, sin romper a nadie… ni rompernos por ello.