Redactor de Vida Nueva Digital y de la revista Vida Nueva

A los 6 años de la visita a Lampedusa, ¿dónde está la responsabilidad ante las víctimas del Mediterráneo?


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La misa

Hace 6 años hoy, el 8 de julio de 2013, el papa Francisco salió en coche a las 7.20 h. en coche de la Casa Santa Marta hacia el aeropuerto de Ciampino, el secundario de los aeródromo romanos donde se agolpan en lo que parece una nave provisional de material prefabricado los viajeros de las líneas aéreas de bajo coste. Iba camino de su primer viaje como pontífice, un trayecto en el que no saldría del territorio italiano, que no contaba con invitación oficial ni ningún aniversario programado que estuviera en la agenta de Benedicto XVI antes de que este pasase a su condición de emérito.

Francisco ponía rumbo a Lampedusa. “El primerísimo viaje fue aquel de Lampedusa. Un viaje italiano. No estaba programado, no había invitaciones oficiales. Sentí que debía ir”, dirían después Francisco en una libro entrevista con el periodista Andrea Tornielli.

Para que no se olvide el mensaje de aquella visita, hoy el papa Francisco interrumpirá sus peculiares “vacaciones” dentro de casa para celebrar una misa por los migrantes y quienes les ayudan en el Mediterráneo y en otros lugares del mundo. El actual portavoz interino Alessandro Gisotti presentaba esta incorporación a la agenda vacacional del pontífice señalando que el Santo Padre desea que sea un momento de máximo recogimiento, en recuerdo de todos los que han perdido la vida escapando de la guerra y la miseria”.

Una eucaristía que se celebrará en la Basílica de San Pedro y no en la reducida capilla donde se celebran las misas cotidianas de la mañana del Papa. De esta manera se busca “alentar a aquellos que, cada día, se esfuerzan en sostener, acompañar y acoger a migrantes y refugiados”, según el portavoz. Algo particularmente de actualidad por casos como la detención de la capitana alemana Carola Rackete, precisamente por haber atracado en el puerto de la isla de Lampedusa un barco con 40 rescatados a bordo gracias a la oenegé Sea Watch desatendiendo la prohibición del desembarco por parte de las autoridades italianas.

A la misa, como ya sucedió el año pasado, en el altar de la Cátedra de San Pedro van a acudir unas “250 personas entre migrantes, refugiados y aquellos que se han comprometido para salvar sus vidas”. El acto contará con la presencia de muchos de los acogidos en Italia gracias a los corredores humanitarios y a muchas de las entidades colaboradoras con la Sección Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, organizadora del acto.

La visita

La isla de Lampedusa es el punto más cercano a África del territorio italiano, por ello siempre ha sido un punto de entrada a Europa para muchos inmigrantes. En plena ruta entre Túnez e Italia ha sido de referencia para los barcos que se dedican al salvamento humanitario, lo que ha desbordado a las autoridades y asociaciones locales –ya en los tiempos en los que no se desconfiaba tanto de la acogida y la solidaridad–.

El programa de Francisco en la isla se concentró en una hora y media en la que el Papa rindió homenaje con una corona de flores a las víctimas del Mediterráneo, conversó con un grupo de inmigrantes que contaron su travesías y experiencia en el mar y en sus países de origen, agradeció en trabajo de los voluntarios y celebró la misa en un altar y junto a una cruz construidas con los restos de las barcazas naufragadas…

En su homilía, en el estadio local, ante 10.000 personas Francisco clamó contra la globalización de la indiferencia. En una celebración en la que se utilizó el morado como color litúrgico, el de los funerales y las jornadas penitenciales, Bergoglio quiso “despertar las conciencias” sobre el drama de centenares de personas que cada día tratan de cruzar desde las costas de Libia a las italianas: “Inmigrantes muertos en el mar, por esas barcas que, en lugar de haber sido una vía de esperanza, han sido una vía de muerte”, dijo Francisco al comienzo de la homilía.

Sentí que tenía que venir hoy aquí a rezar, a realizar un gesto de cercanía, pero también a despertar nuestras conciencias para que lo que ha sucedido no se repita. Que no se repita, por favor”, señalaba agradeciendo el compromiso de los pobladores de la isla que es el punto más austral de Italia: “¡Ustedes son una pequeña realidad, pero dan un ejemplo de solidaridad! ¡Gracias!”

Otra pregunta resonó en el estado de Lampesuda, desde el libro del Génesis: “Caín, ¿dónde está tu hermano?” Y es que para Francisco “¿Dónde está tu hermano?, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte”.

“¿Dónde está tu hermano? ¿Quién es el responsable de esta sangre?”, se preguntaba el papa Francisco evocando a la muerte del gobernador en Fuente Ovejuna. “Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos ‘pobrecito’, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz”, se lamentaba.

La situación

Han pasado 6 años de este emotivo y evocador viaje. Seguiría también la visita a Lesbos o el encuentro con otros colectivos de refugiados con el pontífice en otras partes del mundo, minorías perseguidas por el odio u obligadas a huir ante la guerra y la destrucción. Aunque algunos conflictos se han ido mitigando o apagando, la actitudes de solidaridad han pasado a ser vistas con desconfianza e, incluso, criminalizadas como blanqueamiento de las mafias.

Parece que, 6 años después, el llamamiento a superar la indiferencia y a asumir una responsabilidad social y colectiva es más urgente que nunca. Parece mentira, mirando el papel de Europa y de sus instituciones que hayamos ido en retroceso.

Por eso tenemos que retomar las palabras de Francisco al final de su homilía cuando imploraba: “Pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que hacen posibles dramas como este. ¿Quién ha llorado? ¿Quién ha llorado hoy en el mundo?”. Toca llorar, por el drama, pero llorar esperanzados por quienes como la capitana Carola Rackete, el papa Francisco y tantos otros se han empeñado en que no demos la espalda a la dignidad de estos hermanos nuestros.