“Sic transit gloria mundi”

(Joaquín L. Ortega– Sacerdote y escritor)

“Restaurada, pues, la memoria de tan eminente pontífice [Pío XII], cabe exhumar ahora un incidente, nunca divulgado, que ocurrió en el momento preciso de su enterramiento. Concluido el funeral, con delegaciones y público de todo el mundo, se trasladó el féretro papal a la cripta, bajo la misma basílica de San Pedro. Pero allí, inesperadamente, los sanpietrini se negaron a enterrar al Papa, reivindicando así la subida de sus salarios”

La memoria de Pío XII ha llegado al cincuentenario de su muerte –9 de octubre de 1958– purificada ya de ciertas inculpaciones injustas relativas a su comportamiento con los hebreos en los años del nazismo hitleriano. Los testimonios de los propios judíos y la documentación fehaciente del Archivo Secreto Vaticano han permitido la recuperación del verdadero y noble perfil de Eugenio Pacelli. Benedicto XVI –amén de otros expertos– ha contribuido a tal recuperación histórica. 

Restaurada, pues, la memoria de tan eminente pontífice, cabe exhumar ahora un incidente, nunca divulgado, que ocurrió en el momento preciso de su enterramiento. Concluido el funeral, con delegaciones y público de todo el mundo, se trasladó el féretro papal a la cripta, bajo la misma basílica de San Pedro. Pero allí, inesperadamente, los sanpietrini (obreros al servicio de la basílica) se negaron a enterrar al Papa, reivindicando así la subida de sus salarios. El plante, en presencia del colegio cardenalicio y de la Curia romana, duró un largo rato. Según un testigo, vivo aún, resultaba penoso y patético comparar la magnitud del homenaje fúnebre de la Iglesia y del mundo a Pío XII con el agravio inesperado que recibían sus restos en el subsuelo de la propia basílica vaticana.

Diríase que, queriendo o sin quererlo, los sanpietrini estaban visibilizando aquella advertencia litúrgica que escuchaba el nuevo Papa en el rito de su coronación. 

El cardenal protodiácono se acercaba al solio papal y quemaba en su presencia un ovillo de estopa, mientras le decía: “Así pasa la gloria del mundo”. Una certera admonición que aquella tarde se hacía realidad para Pío XII.

En el nº 2.637 de Vida Nueva.

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