“Se hizo visible la bondad de Dios…”

(Alfonso Borrás– Vicario general de la Diócesis de Lieja, Bélgica) ¿Qué decir de quien, hasta hace poco, era arzobispo de Malinas-Bruselas y presidente del Episcopado belga? ¡Habría tanto! Y, a buen seguro, no sería de su gusto que se hable tanto de él. El cardenal Godfried Danneels dejó su cargo en enero, tras 30 años de arzobispo (1980-2010), y antes obispo de Amberes (1977-1980). Con casi 33 años de ministerio episcopal, este hombre tremendamente sencillo y, a la vez, excepcionalmente culto se retira discretamente, con la serenidad y la conciencia de haber cumplido su deber y, sobre todo, de haber servido a la Iglesia de Dios. La Iglesia que tanto ha amado y sigue amando.

Éste es su lema episcopal: “Se hizo visible la bondad de Dios y su amor por los hombres” (Tit 3, 4). Su atención por la humildad del Hijo de Dios en el misterio de la Encarnación, que se hace uno de nosotros en el Niño Jesús, refleja toda la importancia que da a la esperanza: si Dios se ha dignado volver a ser uno de nosotros, ¡cuánto valor tiene la vida humana! y ¡qué esperanza tan grande se abre para la historia humana! Dios, haciéndose hombre, nos ofrece una perspectiva inesperada al enfrentarnos al dolor, al mal y al pecado: ¡la vida humana merece la pena ser vivida!, y el destino colectivo de la humanidad, confiado a nuestra libertad, permanece, sin embargo, en Dios, que no deja de esperar en sus criaturas y de abrirles una esperanza de reconciliación.

Dios se hace hombre para que participemos de su divinidad. ¡Vaya buena noticia! Resucitando a Jesús, nos abre por su fidelidad la esperanza del Reino que empieza en nuestra historia con el compromiso para el hombre. A Danneels le gusta recordar que tanto su primera carta pastoral en Amberes como la última en Malinas-Bruselas trataban de la esperanza. Esperanza del hombre y de Dios. Ambas van juntas desde la Encarnación y su punto culminante es el misterio de la cruz.

De ahí se entiende su auténtico humanismo cristiano. Todo lo verdaderamente humano merece la pena ser valorizado: el arte, las ciencias, la cultura, la espiritualidad, otras tradiciones religiosas, etc. El cardenal se ha distinguido por su apertura tanto en el campo ecuménico, como fiel heredero del cardenal Mercier, que presidió un primer diálogo entre anglicanos y católicos, como en el campo de la cultura y de la ciencia, con la voluntad de nunca perder de vista la dimensión ética y trascendental del hombre.

Su gran capacidad de escucha de los hombres sólo se entiende por su amor a la Palabra de Dios. En su praxis pastoral, en la liturgia y en la catequesis, su incansable compromiso ha sido promover su lectura y su estudio, no sólo para conocerla, sino para saborearla, para que anime la vida de los cristianos. Escuchar la Palabra para vivir de ella y anunciarla. El pastor sólo logra ser evangelizador si vive (de) lo que anuncia.

En un mundo secularizado, Danneels siempre ha querido señalar las huellas de Dios: no vale seguir siendo nostálgico de los tiempos revueltos de cristiandad, urge descubrir la presencia de Dios que no deja de hablar al hombre de hoy. Pese a que la Iglesia sea despreciada o ridiculizada, su papel es el de testimoniar la gracia. Más aún, ser sacramento de esa reconciliación tan deseada. ¡Pobre Iglesia! No tiene otro remedio que ser pobre, porque su testimonio no depende de sus méritos, sino de la gracia de Dios.

En 1978, Danneels fue nombrado miembro de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Ulteriormente, participó en gran número de dicasterios romanos. Muchos recuerdan su misión de mediador en el Sínodo extraodinario de 1980 en Roma con los obispos de Holanda. La Iglesia de este país sufría una grave crisis de autoridad que provocaba una división entre “conservadores” y “progresistas”. Con ese sentido del compromiso típicamente belga, gracias a su temperamento bondadoso y su sagacidad espiritual, y con su paciencia y humildad, Godfried Danneels recaudó de su mediación un respeto unánime, en Holanda y en Roma. En 1983, Juan Pablo II lo hizo cardenal.

Su fama de predicador ha recorrido todo el mundo. ¡No por su oratoria! Sólo por la autenticidad de su testimonio, la sinceridad de su persona, la fuerza de su convicción. La Iglesia católica en Bélgica echará de menos al pastor que, por su humildad, tanto ha hecho para que, según su lema, fuera visible la bondad de Dios y su amor por los hombres.

En el nº 2.702 de Vida Nueva.

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